Guillermo del Toro cautivó a los aficionados al cine con El Laberinto del fauno. Tras otros trabajos bien distintos ha seducido a la Academia del Cine USA con La forma del agua. Con ella ha conseguido, tras su nominación en 10 categorías diferentes, cuatro oscars; entre ellos, al mejor director y a la mejor película. Nada menos. Y sin embargo…
La nueva obra del mexicano es una pieza de orfebrería cinematográfica tan detallista como compleja y por ello puede parecer irreprochable. La fábula está construida sobre la combinación de muy diferentes recursos e incluso géneros. Sobre un espacio sórdido y violento, de guerra fría en lo político y de mezquindad en lo doméstico, surge el contrapunto de una historia que ensalza la ternura entre dos seres desplazados. Ella, por las dificultades de comunicación y la pobreza; el, por su condición indefinible: un monstruo, sin hábitat ni historia, que los poderosos disputan en función de sus ambiciones, ajenos a cualquier otro reconocimiento.
Esta parábola, de impecable factura, remite a un mundo en el que los intereses ignoran los sentimientos; en el que el poder desdeña la diferencia y en el que el valor de los afectos surge en el mejor de los casos dentro de la marginación y la pobreza. Podría ser un canto al respeto de lo distinto, un homenaje a la diferencia. Y sin embargo…
La metáfora queda demasiado lejos, se ausenta tras la peripecia de lo anormal y se reduce a la anécdota; tal vez avasallada por la exhibición técnica y un ejercicio de estilo que esconden la emoción y la complejidad. Recuerdo, a este propósito, una reflexión de Gonzalo Hidalgo Bayal, escritor brillante y acreditado cinéfilo, en torno a la literatura: “en las tramas narrativas me interesa más la acción que el tema, más la trama que el propósito intelectual o moral que pueda haber al final del trayecto, más la historia que se cuenta que la conclusión inmaterial o el sentido a que conduce, no porque crea que solo lo primero es lo importante y lo segundo innecesario, sino porque estoy seguro de que sin la conveniente articulación de lo primero —la acción, la trama, la historia— nunca llegaremos con bien a lo segundo —el tema, el propósito, el sentido—, que es a donde realmente hay que llegar, al centro, al fundamento, al trasfondo que hace que la literatura sea un bien necesario y perdurable”.
Trasladada esa reflexión al cine, Guillermo del Toro y La forma del agua en este caso han conseguido la acción, la trama y la historia mas sin conquistar el tema, el propósito y el sentido. La película se me escapó en el trasunto. O eso me pareció a mí.
(No sé si Juan Antonio me habría hecho cambiar de opinión. Habría suscrito lo que el hubiera dicho, porque el sabía de esto. Yo escribo para constatar la importancia de su ausencia).