Solo crisis, no hay más

La crisis nos ha dejado sin vida y sin discurso. Lo absorbe todo. Ella se explica y nos explica. Sólo ella existe. No hay más.

Si el manantial del debate se seca, sólo nos quedará el pozo negro que envenenan los pescadores de aguas subterráneas. Y entonces o nos mata la sed o la podredumbre.

La discusión no es sólo necesaria sino también imprescindible. Está en juego nuestra supervivencia.  O nos rebelamos o perecemos.

La crisis no ha surgido de la casualidad, sino de la premeditación; no de la razón, sino de la desmesura. Y el exceso alienta al derrotado.

El mercado se había convertido en paradigma y la sociedad y la política abdicaron ante el imperio de la especulación y de la usura.  La crisis es el culmen de su éxito, pero puede convertirse en la raíz de su caída.

O reaccionamos ahora  o no lo conseguiremos nunca.  O actúan ahora quienes dicen gobernarnos o asumirán su papel de mamporreros.

En esa disyuntiva se debaten los líderes europeos. Sin embargo, sólo la intervención ciudadana, las discusión abierta, el debate, nos darán agua y vida.

El problema radica en la omnipotencia de los delincuentes, en la incapacidad de quienes nos representan, en la inanidad de la sociedad.

¿Por dónde se empieza?

¿Cómo se evitan las trampas que nos tienden valores tan incuestionables y tan perversos como libertad, soberanía  e incluso justicia?

¿Qué esperanza nos queda?

 

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