A Luis Landero le han concedido el premio nacional de Las Letras. Lo escucho en medio del telediario y, predispuesto a la emoción que las noticias cotidianas me generan, parpadeo para limpiar la lágrima que ha empezado a asomar por el ojo izquierdo. Ocurre así y tratar de explicarlo abocaría a un esfuerzo infútil; es decir, tan infértil como inútil.
Me asaltan dos reflexiones contradictorias. Una: ¿es posible que Landero no tuviera ya ese reconocimiento? Dos: ¿contradice este premio el listado de los cien mejores libros españoles que Babelia santificó hace unas semanas y donde solo se incluía un título de Landero, Lluvia fina, en el puesto 34, mientras escritores bastante menores repetían, sin rubor de los críticos firmantes, dos y tres veces?
Pues ni fu ni fa. Convertir la literatura en una competición deportiva es absurdo, pero real. Los valores de esta sociedad se han sometido a intereses económicos y, a partir de ahí, a la pura y mera competencia. Es el signo de este tiempo: integrar la ética y la estética en un campeonato al estilo futbolero: mucha histeria, mucha pasión y poco deleite. O sea, esa estupidez en la que hemos convertido el deporte. Y la vida.
A lo nuestro
El premio a Landero me emociona por todo lo que sus novelas o escritos me han emocionado. Recupero –es mi homenaje– algunos de los comentarios publicados en este Lagar acerca del escritor de Alburquerque.
A propósito de El huerto de Emerson. Cartas para navegar por la obra de Landero.
A propósito de la Feria del Libro de Salamanca. Luis Landero, solo un nombre propio
A propósito de Absolución. Luis Landero, de la emoción al desasosiego
A propósito de una Una historia ridícula. Una burla entre la realidad y el espejo
Citas entresacadas de El Huerto de Emerson. Lecciones de un maestro
A propósito de Lluvia fina. Literatura de lo íntimo, sin necesidad de metáfora
A propósito de La vida negociable. Una ácida reflexión a través de la literatura
A propósito de El balcón en invierno. La alegría y el dolor de la memoria.