Mañana termina mi estancia en Perú.
Anoche me puse en contacto con la empresa con la que trato de desarrollar el proyecto que me ha traído aquí. Quería ratificar algunos planteamientos que ya había formulado y confirmar la reunión prevista para esta mañana. No hubo problema para aceptar lo primero, pero quedé desconvocado para lo segundo. Algo imprevisto lo impedía. Un serio inconveniente para cerrar detalles sustanciales. Lo cambiamos en una minirreunión durante el almuerzo. Menos es nada.
Ese cambio de planes me permite acudir al hotel Sheraton a un acto al que me había invitado Gastón y que inicialmente había descartado. Se trata de una rueda de prensa para presentar la feria de Mistura y la reunión del G9 –nueve de los cocineros más reconocidos de todo el mundo que tratarán de suscribir en Lima un manifiesto en torno a los compromisos de la gastronomía. En la mesa se sientan Mariano Valderrama, dos de sus más directos colaboradores en Apega y Gastón Acurio. Los tres primeros aluden a la feria; Gastón, al G9.
Tiene interés. Ofrecen muchos datos acerca de lo que se traen entre manos. Me parece que este tipo de ruedas de prensa ya no se llevan; al menos, en los lugares donde suelo habitar. Demasiada información, por lo que los titulares se disputan la posición de privilegio; a los periodistas les tocará pensar. Y los periodistas piensan: casi todas las preguntas, bastantes, inciden en asuntos relacionados con la existencia de sectores especialmente débiles en el proceso de producción de los alimentos y en la necesidad de integración social de todos los agentes vinculados con la gastronomía.
La conferencia se extiende durante más de 75 minutos. Las entrevistas individualizadas con todos los integrantes de la mesa que suceden al acto central lo prorrogan durante otros 45 minutos. Hay interés en torno a los asuntos planteados. Gastón es el último en salir del salón. Le espero. Nos dirigimos al restaurante en el que he reservado. Antes tiene que detenerse otra media docena de veces para nuevas entrevistas.
El restaurante es el de Javier Wong, situado ante su mesa de trabajo, su metro cuadrado necesario, donde pica cebolla y desmenuza lenguados para hacer su famoso cebiche. Estamos en la mesa más próxima al tajo de Wong. Gastón le provoca y él demuestra que, aparte de un cocinero excepcional de monocultivo (sólo cebiche o wok, sólo lenguado, sólo él frente a los cuchillos y el fuego), destila ironía y humor a raudales. Así cuenta el día en que se dirigió a ver a Gastón para pedirle que le ayudara, porque a su restaurante no iba nadie; al regresar a su espacio encontró el comedor completamente lleno.
– ¿Fuiste a ver a Gastón o a Fátima?, le pregunto.
Gastón tiene que marchar a la Universidad Católica de Lima, donde le aguardan para una reunión en torno a un interesantísimo proyecto que desde hace tiempo trae entre manos. Apura el cebiche que le ha preparado Javier, en el que yo también pico. Él se va y llega María José, la persona con la que deberé trabajar de manera más directa en las próximas semanas, ya sea desde España o en Perú. Más cebiche y un wok, siempre de lenguado. Javier sigue picando cebolla y desmenuzando el pescado, de unas dimensiones para mí desconocidas.
Hablamos de lo necesario y acordamos en un calendario para las próximas semanas.
Salimos, a la entrada del restaurante, en una mesa conversan Javier Wing y el principal financiador de la campaña de Ollanta Humala. Me marcho a otra reunión: a un banco, donde me espera la responsable del departamento de publicidad que acaba de regresar de la feria de su sector en Cannes, todavía impresionada por la vigencia del storytelling y a punto de publicar su segundo libro de cuentos para niños: el primero, con el pedo por protagonista; este segundo, con el moco. Quedamos en intercambiarnos publicaciones en los próximos meses. Acudiré con buenas dosis de papel de celulosa; hará falta.
Me retiro a hacer la maleta. El día siguiente no me va a dar respiro.