Enero 2016. Diario

Día 27. Tiempo 2

Cuando el tiempo se acorta, se ensanchan los lugares tanto como los afectos. Porque ambos nos explican y sólo desde ellos podemos entendernos a nosotros mismos, a lo que fuimos y a lo que nos queda por ser. 

Día 26. Tiempo

Hay circunstancias y momentos que te invitan a medir el tiempo como una suma, como una expectativa sobre la que pensar el futuro, y otros que te obligan a medirlo como una resta, como una oportunidad desde la que pensar el pasado. En ambas situaciones cabe hacer lo uno o lo otro con decencia. Algo que se adquiere y que sirve para unos y otros tiempos; porque ese es el requisito imprescindible de la dignidad. Y por eso hay personas que nos estimulan en cualquier circunstancia, en la suma y en la resta.

Día 23. Cartel

Tras una comida estupenda en un restaurante de Alcañiz, acudo al baño antes de reanudar el viaje. Me distrae el cartel que tengo ante mis ojos:

 

SE RUEGA

ORINAR

DENTRO DE LOS PARÁMETROS

DEL INODORO

– ¿¿¿???

Una voz interior acude en mi socorro:

– ¡Mear dentro!

¡Qué alivio!

Día 17. Lector

Me reconozco en una frase de Miquel Iceta: “Soy un mal lector, porque soy ansioso. Compro libros, los apilo y no tengo tiempo de leerlos”. Mientras eso ocurre, distraído con otros menesteres, miro el montón al otro lado del escritorio y me asalta la culpa. De repente, abandono cualquier distracción, me entrego apasionado a la lectura y me siento contento. Y así voy, de uno a otro ciclo. Sin ellos me quedaría sin culpa y sin dicha.

Casi mejor conservar esa contradicción. A fin de cuentas, solo una de las que padezco y de las que me enorgullezco.

Día 16. Hirviendo

Leo un relato de Luis Felipe Benítez Reyes publicado en su blog el pasado 23 de diciembre:

Llegas a un bar y pides un café.

Al café hirviendo, con temperatura de lava ardiente, el camarero le añade un chorro de leche borboteante con la que podría fundirse la plata.

Tocas la taza y la porcelana está casi en el punto de ignición.
Piensas en decirle al camarero: «¿Cuánto está dispuesto a pagarme usted si me bebo esto antes de cinco minutos?». Pero te lo callas. Y te tomas el café con valentía y con la esperanza secreta de que entre en el bar en ese instante un cazatalentos del Circo del Sol y te contrate para un número de comefuegos. 

Recuerdo algunas vacaciones navideñas de mi infancia, tal vez de mi adolescencia. Regresaba del colegio, de Salamanca a Plasencia, donde vivía la familia. Las mañanas se pasaban en asuntos domésticos –recados, juegos con los hermanos, algún otro pasatiempo– hasta que llegaba mi padre, a la salida del trabajo. Comíamos. Durante un tiempo él decidió que debíamos salir de paseo; los dos.

Antes de que surgieran algunas diferencias que nunca me impidieron respetar a aquel hombre, su invitación me satisfacía. Nuestra complicidad se sustentaba en un sentido del humor que desconcertaba a mi madre y a otros hermanos. Algunos gestos, algunas frases que ellos consideraban intolerantes o despectivas a mí me parecían simplemente provocadoras. Y las reía. Y él se reía.

– Este me entiende.

Nunca supe si lo afirmaba convencido de que solo yo comprendía el sentido de aquellos comentarios, frente al temor de mis hermanos y la tensión de mi madre, o si mi actitud le aliviaba, evitándole mayores explicaciones. Por eso, pensaba yo, cada día, al terminar la comida, me preguntaba:

– ¿Nos damos un paseo?

Salíamos hacia las afueras del pueblo previo paso por la plaza. Allí entrábamos en un bar. Él pedía un café. Hirviendo. Para mí, una manzanilla, que también llegaba hirviendo. Él lo tomaba de un sorbo, se giraba hacia la puerta y emprendía la marcha. Cuando él ya estaba de salida, me veía obligado a apurar la infusión. En casa era norma que nadie podía dejar una miga en un plato ni una gota en un vaso; en un bar, mucho menos. Por lo uno y lo otro, y pese a los soplos acelerados sobre la taza, cada tarde salía del café, o la manzanilla, con la lengua insensible y acorchada.

Entonces no existía El Circo del Sol.

Día 15. Diario

Cuando cambiamos el diseño de este Lagar de Ideas –es decir, desde el día de Reyes–, me propuse reorientar este apartado para convertirlo en una bitácora personal, en un verdadero diario que, sin ceñirse a los asuntos más íntimos, respondiera en todo caso a notas, reflexiones, opiniones relacionadas con la experiencia individual, reflejando o abordando cuestiones colectivas e incluso hechos u opiniones externos, mas nunca ajenos.

Desde entonces busco ese sendero, pero la realidad obliga muchas veces a la contradicción. Sobre todo, cuando lo íntimo me desborda. Esa no debe ser la materia de este diario, porque pertenece en exclusiva al corazón propio y, mientras dure, a la memoria de lo inefable, de lo que sólo puede expresarse en mensajes cifrados. De ahí surge la necesidad de la poesía o de la fábula.

Día 15. Momento

Aproveché el día de fiesta para llevar al parque a mi hija mayor. Ella apenas había cumplido seis años. La niña se puso contenta, iba a jugar con su padre. A mí me asaltaban sentimiento enfrentados: el juego no era más que el señuelo de otro propósito, tenía que explicarle que no volvería a ver a su abuelo y ella, a su manera, en su medida, debía comprenderlo. Cuando nos cansamos de correr, sentados en un banco, la acaricié: «hoy tengo que contarte una cosa un poco triste, pero tú eres una niña muy mayor y no te puedo engañar. Ayer me preguntaste por el abuelo, ¿verdad?».

Ese fue el momento más difícil de la muerte de mi padre. Ella entendía y callaba, y yo tenía que tragarme las lágrimas que hasta entonces se secaban en el ceño de la impotencia y en la incredulidad del estómago.

A aquella niña, que siempre fue mujer, he tenido que darle otras muchas malas noticias en los años pasados desde entonces. Siempre ha sido el momento más duro de cada uno de estos infortunios. Lo sé, pero no basta con prepararse para ello.

Día 14. Días

Hay días en los que el correo se debe abrir con máximo cuidado. Hay días en los que sería mejor no abrir el correo. Hay días en los que es imposible explicar lo que el correo duele. 

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Hay, también, otros días.

Día 11. Justicia

He acudido a algún juzgado por razones muy diversas: para recabar información cuando en mi primer empleo periodístico me asignaron la información de sucesos, para inscribir a alguna criatura que acababa de nacer y con la que tenía cierta relación, para otros tramites más o menos convencionales. También he conocido las salas de vistas por dentro: para acompañar a algún demandante, para actuar como testigo, para hacerlo como acusado. Nunca me he sentuido cómodo en esos casos.

Si se trataba de reclamar derechos laborales, me enojaba que se despreciaran las condiciones en las que trabajábamos, que se obviara el carácter feudal de alguna de aquellas empresas, que se acallaran nuestras explicaciones sobre las vejaciones que sufríamos; sólo interesaba si se habían cumplido los requisitos de una sanción o un despido. Si se trataba defender la veracidad de una información, me molestaban las actuaciones del fiscal o el juez, basadas en una determinada posición ideológica y más próximas a la reprimenda que al esclarecimiento de los hechos; reclamaba una valoración de las pruebas, de los testimonios y no solo de algunas minucias formales frente a la contundencia de los datos. Mis abogados trataban de convencerme de que no estábamos allí para cambiar el mundo sino para ganar el juicio. Prefería lo contrario y aún lo prefiero.

Me sigue sorprendiendo que en el juicio importen menos los principios que las circunstancias, los retruécanos leguleyos que el fondo de los hechos supuestamente delictivos. Hoy, por ejemplo, al margen del hecho irrefutable de que la Casa Real ha apartado de su seno a la infanta Cristina y pese a lo que todos entendemos, el Gobierno (a través del fiscal, de los abogados del Estado, de la defraudada Hacienda ) se afana en exculpar a la hermana del Rey mediante un subterfugio que impida valorar el fondo del asunto.

Como acusado, me ofendió que mi abogado buscara excusas para justificar algo que era digno, veraz y cierto. Las excusas, así lo he sentido siempre, delatan a quien las arguyen en su defensa. Por eso no me sorprendió la condena. Y por eso mismo hoy he pensado que quienes trataban de exculparla, en realidad estaban condenando a la infanta; con un agravante, que, por ser ellos quienes son, también condenaban a la Casa Real y al Gobierno. De la justicia ni hablemos.

Día 10. Porque sí

Hoy es día de Reyes y el  próximo 30 (de enero), fin de año. Si a alguien no le gusta esta arbitrariedad, que no venga. Nosotros nos vamos arreglando. Fin del determinismo, de las convenciones, de la imposición. Todo, aquí, por asamblea. En caso contrario, decide el padre.

Día 9. Réplica

A los artículos recogidos ayer debo añadir otro que se produce cuando ya había publicado lo anterior: lo firma Josep Ramoneda, lo titula Independencia y antinacionalismo y con él replica directamente a Ramón Vargas-Machuca, aunque desvirtuando algunos de los conceptos abordados en El derecho a decidir: la gran mentira, para llevarlos a otro terreno de juego: el de la confrontación entre nacionalismos. Está bien el recurso y el debate, aunque Ramoneda en esta ocasión ejerza más de polemista tertuliano (inteligente, culto y hábil, por supuesto) que de filósofo.

En Cataluña están en otra fase. La tarde lo confirma.

Día 8. Lecturas

He pasado los primeros días del año en Cataluña y en varias ocasiones se ha planteado la cuestión independentista. O sea, lo normal. Sin embargo, me ha sorprendido que la discusión cotidiana parece ya ajena a las cuestiones de fondo para centrarse en las de procedimiento; como si aquellas estuvieran ya resueltas o zanjadas, en uno u otro sentido; como si la dinámica política impuesta tras las elecciones del 27 de Septiembre hubieran despejado la razón de ser de unos u otros planteamientos.

Tal vez por eso me ha interesado un artículo de Ramón Vargas-Machuca sobre El derecho a decidir: la gran mentira, publicado en El País, en el que aborda esa cuestión y sus efectos en la formación de un gobierno en España tras los comicios del 20 de Diciembre. Reconozco el interés que me ha suscitado la reflexión de un amigo, pero también su análisis, ajeno por completo a las simplezas, los mitos y a ese cúmulo de datos que, solo por repetidos, se dan por ciertos en el debate público.

Aprovecho para recoger otro artículo que me interesó en días pasados: ¿En qué transición estamos?, se preguntaba y respondía Luis García Montero en infoLibre. Junto ambas reflexiones, entre otros motivos, porque no conducen necesariamente al mismo lugar. Y eso estimula.

Día 6. Magia

Hace justamente un año me dio por despotricar de los reyes, incluidos los magos, y sobre todo del tratamiento que los medios de comunicación dedican a ese festejo, del que se ocupan como si fuera la más auténticas de las noticias o la más irrefutable de las certezas constatables. De ese punto de vista surgieron algunos artículos como El gen imbécil de los reyes magos, La información no es magia, ¿Cómo creer a los medios? o unas notas del día 6 del diario de enero de 2015.

Este año, en vísperas de la fiesta, tomé unas pastillas y he pasado el día tranquilo. Incluso he ido al cine a ver una película que, a la postre, me ha parecido muy adecuada para el día de los Reyes Magos: El puente de los espías, de Steven Spielberg, con guión de los hermanos Cohen y protagonismo de Tom Hanks. Gracias a ella y a El Roto he recuperado la rabia:

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Efectivamente, si a los Reyes Magos se les trata como un hecho incuestionable, los telediarios, empezando por los de la televisión pública, pueden tratar cualquier falacia como un hecho inequívoco. Con tal de que sea bonito y se cuente bien, lo falso se viste de verdad y acabamos confiando en las mentiras y renegando de lo cierto. Pero no ya por interés, sino por costumbre.

El riesgo existe.

Día 3. Aforismos

Jorge Wagensberg publica una nueva serie de aforismos. Esta vez, sobre la naturaleza. En este tiempo en que se reclama una productividad cada vez mayor, con frecuencia la calidad de los productos y hasta las condiciones laborales se degradan.

Encuentro algunos aforismos útiles para mi argumentario:

«Natural no es sinónimo de saludable como bien ilustra una simple infusión de Conium maculatum (la cicuta)». Se lo había escuchado hace algunos años a Ferran Adrià.

«Puedo comprender mejor a un cazador furtivo para mata para comer que a un cazador deportivo que paga para matar». Sin embargo, los deportivos se defienden con la ley en la mano y el equilibrio de la fauna. A ellos se les puede dedicar otra wagensberg: «Suena un estampido, un animal se desploma y un cazador se felicita por su amor a la naturaleza». ¿Con un selfie?

«Natural es todo lo que no es cultural». ¿Lo explica todo? ¿En qué sentido?

Este, sí: «La especie que más individuos mata de su propia especie es también la especie que mejores poemas escribe».

Día 2. Fracaso

John Banville habla de La guitarra azul, su última novela, en buena medida autobiográfica. Comenta: «Como dijo Beckett, fracasar y fracasar otra vez es mejor que no hace nada»

Algunos ya habíamos seguido ese consejo, no tanto porque nos interesara hacer algo como porque no conseguíamos superar el nivel del fracaso (saber que las obras están por debajo de los deseos y, muchas veces, de las propias expectativas). Ahora Banville nos consuela.

Haremos algo. Pues.

Hace un tiempo pensé que había llegado el momento de cambiar este Lagar de ideas. Para poder seguir fracasando. Llega un momento en que ese fracaso autocomplacido te mantiene ocupado; y hasta se le encuentra el gusto.

De hecho, ya me he puesto a ello.

Día 1. Resaca

El hábito de las uvas aburre con la colaboración de una televisión insoportable. Sin embargo, tras las campanadas nos sorprendió el imprevisto susto de los petardos traídos de Alemania que estallaron en la terraza. ¿El anuncio acaso de un año turbulento? Tras el sueño que debía ser reparador, tomé estás notas sin venir a cuento:

Hay fechas en las que el paso del tiempo se hace tan obvio que se antoja imponente: todo se explica en función de su propia medida.
Aún en esos momentos, uno no sabe si es el pasajero inquieto que desde el tren observa el paisaje en movimiento o el espectador inerte colocado ante una pantalla por la que desfilan árboles, prados, algún caserío y un par de perros.
Entre el hombre y el espacio pasa el tiempo. En unos casos, aunque parezca lo contrario, es uno mismo el que se mueve ante el paisaje quieto; en otros es uno mismo el que permanece inmóvil ante la figuración de un paisaje en movimiento.
Son dos maneras de estar. O de vivir.
Y en esos días en que el tiempo se hace tan obvio, uno piensa en qué actitud resulta más conveniente: si recorrer el paisaje o dejar que sea el paisaje quien te recorra. Puede que el tiempo, en uno u otro caso, tenga un sentido o una medida diferentes.
¿Explicará eso algunas actitudes, algunos comportamientos?
Resulta significativo: se trata de dos posiciones imaginarias, generadas fuera de nosotros mismos, que nos permiten aproximaciones a la realidad ajenas a la mera contemplación natural. Ni el ser humano consigue viajar por sí mismo a una velocidad que le permita observar el paisaje en movimiento ni el paisaje se desplaza por sí mismo respecto de quien directamente y desde su misma altura lo contempla.
Nuestra actitud convierte la realidad en imaginario. Recreamos lo que interpretamos. Eso y así somos.
Partimos de la confusión o el sinsentido. Los hechos y nuestra mirada recrearán el tiempo.

Dicho lo cual, ya puede empezar el año.

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