
A la mayor parte de la población de medio mundo, por cuantificarla de alguna manera, le repugna el ataque de Hamas a discotecas, escuelas o viviendas en Israel. Todas esas personas, entre las que me incluyo, les duele tanta barbarie. Más que de terrorismo se trata de genocidio.
A una parte de la población de medio mundo –más pequeña que la anterior, aunque también me incluya en ella– le repugna la ocupación de Palestina por Israel, un vecino que invade, asfixia, persigue y mata a niños, jóvenes y mayores para demostrar quién manda en un territorio que legítimamente no les pertenece. No lo llaman terrorismo, pero se aproxima a un genocidio.
¿Qué balanza cuantifica estas barbaries?
La persecución y el genocidio del pueblo judío por el nazismo 75 años después no justifica nada. El asesinato de niños, jóvenes o miembros de un kibutz no se pueden reivindicar como una legítima reivindicación. El bombardeo de poblaciones asediadas sin agua, luz y alimentos no se puede reconocer como una respuesta legítima. La solidaridad caduca cuando la víctima se transforma en victimario. Y eso pasa, está pasando, en ambas direcciones, con intensidades y ritmos diferentes.
Pierde Israel y pierde, sobre todo, Palestina, porque los herederos de la OLP están doblemente inermes, frente a Israel y frente a Hamas, el enemigo siempre presente y el que en estos momentos parece conducir al pueblo palestino a su desaparición.
Una vez más, los moderados, los que sufren la invasión y aún así confían en la palabra más que en la violencia, los que resisten y denuncian, ganan en legitimidad, aunque no atisben la tierra deseada ni el tiempo definitivo de la paz. Los que arguyen el derecho a la venganza, pese a ser en muchos casos invasores de un territorio ajeno e impulsores de un Estado violento, cuentan con poderosos respaldos que invitan a despreciar cualquier legitimidad.
Otra vez, Oriente Próximo. Otra vez, la necesidad de denunciar lo obvio. Otra vez, la inminencia del desastre. Otra vez, la incapacidad para reconocer el sufrimiento de los desalojados, que antes fueron judíos y desde 1948 son palestinos.
El momento parece extraordinariamente grave. De nada sirve recordar aquella Conferencia sobre Oriente Medio que se desarrolló en Madrid en 1991 y en la que participó, por ejemplo, el joven «Bibi» Netanhaju. Los israelíes rechazaron cualquier solución razonable amparados en sus alianzas con los más poderosos. Palestina no solo siguió sufriendo el acoso permanente de Israel, sino que quedó escindida entre quienes aún anhelan un acuerdo y quienes concluyeron que la paciencia no tiene nada que ver con la paz.
