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Las recetas mágicas no existen. Los principios irrefutables, tampoco. Ni siquiera aquellos que avalan actitudes y políticas en favor de la solidaridad o del desarrollo de los países con los más altos índices de pobreza.
Estudios del Centro para el Desarrollo Global afirman que las transferencias de los países ricos a los pobres, en lugar de reducir las migraciones, las incrementan y provocan la salida de los jóvenes mejor formados. O sea, ingresos a corto plazo para perder la mayor riqueza, la población mejor cualificada, a largo.
La complejidad obliga a revisar los viejos axiomas. El simbólico 0,7% no se puede considerar así ni solidaridad ni donación, apenas una inversión que enriquece al rico y empobrece al pobre. Y sin embargo, tal vez con nuevos planteamientos, habrá que seguir defendiéndolo.
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