
En plena ola de calor, en torno a las 3 y media de la tarde, suena el teléfono. Número desconocido, indica la pantalla. Habla un hombre con fuerte acento andaluz. No hay duda: alguien quiere vender algo.
Una empresa, de la que no entiendo su nombre, especializada en reformas de cuartos de baño, ofrece un descuento de 500 euros para hacer obras a domicilio. Va al grano.
– Le cambiamos la bañera por una ducha con el descuento que le he dicho.
En vez de colgar, como acostumbro en ocasiones similares, sonrío.
– Lo siento, señor. No tengo bañeras.
– No sea negativo. No puede negarse a una oferta que todavía no le he hecho.
– Le repito, no puedo atender su oferta. No tengo bañeras.
– Se las cambiamos sin causarle molestias, en unas horas, en un mismo día, con los materiales que usted desee…
Río. Él sigue hablando. Interrumpo.
– ¿Me puede escuchar un momento?
– Con la negatividad no se va a ninguna parte, usted debe atender la oferta, porque puede ser algo muy interesante para usted.
– ¿Puede escucharme un momento? No tengo bañeras. ¿Entiende?
– Se empeña en ser negativo. La negatividad nos perjudica, despreciamos lo que nos conviene.
– ¿No ha entendido que no tengo bañeras?
– Si se empeña en ponerse así, usted pierde una estupenda oportunidad.
– …
– Bueno, le paso con la supervisora.
Sigue ella.
– Nuestra oferta es estupenda, profesional y barata.
– No lo dudo, señora, pero no tengo bañeras.
– Le podemos hacer reformas en el cuarto de baño.
– La casa es nueva. Y estoy contento con ella.
– Tenga una buena tarde.
El calor de estos días, deduje, afecta a las neuronas. Luego pensé en la dura vida del becario. Y en la negatividad que provoca la hora de la siesta. Si no llega a ser por eso, tal vez, a estas horas me estaban cambiando la ducha por una bañera. O sabe dios.
