Los muertos que vendrán

¿Cuántos son los muertos?

Se ha abierto la veda. En Castilla la Mancha el Registro Civil contabiliza tal cantidad de muertes durante el mes pasado que pone en entredicho el recuento oficial de la propia Comunidad sobre las víctimas de la Covid-19.

En Madrid el Gobierno regional reconoce que de los ancianos fallecidos en residencias solo unos pocos se han incluido en la estadística oficial del virus.

Fuentes sanitarias aseguran que las personas diagnosticadas de coronavirus en España son tan solo un 10% de los realmente contagiadas.

A partir de tales correcciones los muertos por o con el virus pueden pasar de los 14.555 reconocidos a 25.000 o 30.000. Y los infectados, de los 146.690 reconocidos a un millón y medio.

Puede ser cierto, aunque eso no implique que el Gobierno haya inventado sus cifras. La OMS –lo ha explicado el ministro de Sanidad en el Congreso–solo permite contabilizar como víctimas de una epidemia, cualquiera que sea, a las que, antes o después de su muerte, hayan dado positivo en las pruebas. Y esa norma se ha aplicado estrictamente para la elaboración de los datos oficiales, realizados a partir de los informes diarios de las comunidades autónomas.

Desde hace muchos días se sabe que los datos disponibles son más orientativos que veraces, porque los diagnósticos resultan imprecisos por la insuficiencia de tests.

El debate cuantitativo invita a pensar en la mala fe de quienes cuantifican las víctimas por debajo de la realidad. pero en énfasis de la discusión desvela otras intenciones.

  • ¿A quién echarle los muertos a la cara?
  • ¿Cómo abrumar a la sociedad para movilizarla en aras de qué intereses?
  • ¿Qué se puede hacer en ese fango indecente?

Dolor y vergüenza. No merecen esta disputa ni los muertos ni los vivos.

Frente a las portadas llenas de féretros, ante las redes sociales y los medios de comunicación afanados en el morbo, contra el uso sectario del dolor… solo cabe un recurso: la Indignación.

Principios esenciales.

La tragedia de la muerte es personal. La viven las víctimas en su soledad, los allegados en su impotencia; los que lloran. Ellos merecen el cuidado, el cariño y la sensatez de todos los ciudadanos.

Las estadísticas permiten dimensionar el problema, porque, como dijo Paul Brodeur ellas “son seres humanos que se han enjugado las lágrimas”. El número forma parte de otra categoría; carece de alma.

La tragedia no distingue entre las personas que mató el virus y aquellas a las que el virus aceleró su muerte. El llanto es idéntico; desolador.

La obsesión por el número de víctimas carece de interés porque la dimensión de las cifras se antoja, hace mucho, insoportable.

La tragedia es cada muerto. El cómputo solo sirve para que la sociedad se rebele contra lo irremediable: los recortes en la sanidad pública, la priorización de la economía sobre los derechos básicos, la competitividad sobre la equidad y la cooperación, el desapego de lo público en aras de lo privado…

Las circunstancias no son homologables, pero esta sociedad bien sabe que las crisis pasan facturas y provocan muertes, aunque no se contabilicen ni nadie reclame su cómputo.

Los muertos de esta crisis son distintos a los que generó la anterior. La actual afecta reparte sus víctimas entre todas las clases sociales y, por eso, su contabilidad conmueve ahora tanto en determinados sectores, antes insensibles.

No hay que engañarse: pasada esta primera fase, más igualitaria, llegará otra aún más contundente que arrasará solo a la población más vulnerable. Entonces no habrá crespones negros, ni banderas a media asta, ni minutos de silencio… Ni siquiera se reconocerá el derecho al llanto.

La tragedia será la misma para sus víctimas y allegados. Pero no habrá números.

Ahora que estamos a tiempo.

Por eso, ahora que estamos a tiempo, muchas preguntas reclaman orientación en forma de respuestas:

  • ¿Se trata de liberar los hospitales de los infectados del virus o también de llevar a todas las casas los recursos necesarios para vivir?
  • ¿Basta con controlar la pandemia en los países ricos?
  • ¿Pueden endeudarse los estados para que los réditos se repartan de manera desigual?
  • ¿Lo debe hacer cada país solo por su propio interés o por el de todos?
  • ¿Qué estamos dispuestos a aportar a África, Latinoamérica, Asia…?
  • ¿Debemos asumir, tanto los ciudadanos como los territorios en mejor posición, la renuncia a la calidad de vida en beneficio de quienes se encuentran en peor situación?
  • ¿Quién, en estas circunstancias, puede tener la conciencia tranquila?
  • ¿De qué pueden presumir los donantes que cambian sus sobras por el prestigio de sus marcas?

Nadie puede salir indemne si no asume su propia derrota: tener menos para otros tengan algo: la pandemia internacional también es nuestra.

Este virus nos ha mostrado el rostro de la tragedia y la estadística, la dimensión del problema: llorando los muertos ahora conjurémonos para paliar los muertos que vendrán.

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