Al aproximarse el final de su última novela, Antonio Muñoz Molina describe que la música que reproduce el tocadiscos “era como seguir del principio al fin una frase muy larga de Proust, un fluir natural que sin embargo contenía un orden riguroso y flexible, una forma perfecta”; y añade que “ni la frase de Bach ni la de Proust parecía que estuvieran construidas: sucedían orgánicamente, como asciende desde las raíces hasta las últimas ramas la savia de un árbol”. Tal vez esa sea una definición o una explicación de lo que significa No te veré morir (Seix Barral, 2023).
Durante sus primeras 60 páginas la narración entrelaza sin necesidad de un punto (ni seguido ni, mucho menos, aparte) situaciones y personajes de un paisaje sentimental cargado de detalles. Nada que ver con un ejercicio de estilo, sino con el propósito de conducir al lector, a través de un entramado tan natural como envolvente, por un contexto que también define a los protagonistas. Todo se entrelaza: los personajes y las situaciones aparecen y desaparecen, se suceden o entrecruzan con naturalidad, como retazos de la vida y la memoria. Luego, a partir de la incorporación del signo de puntuación hasta entonces ausente, la narración reitera su tono íntimo y espiral, emocional y sutil.
No te veré morir pone de manifiesto la riqueza de matices de sus protagonistas, e incluso su contraste, y al mismo tiempo el valor del contexto. Esta historia de amor truncado reclama la memoria y remarca las distancias (por ejemplo, entre la etapa republicana española y la sordidez de la dictadura), ensalza el interés de la cultura y el contraste entre los modelos de vida estadounidense y español.
Un relato excelente de personajes perdurables y referencias emocionantes, como el título del libro que remite a un poema de Idea Vilariño: “No volveré a tocarte / No te veré morir”, cargado de sentido en este extenso poema de Antonio Muñoz Molina.
¿Hace falta añadir que uno la ha sentido como una novela excepcional?