Informes sobre información

1. CONTEXTO

El pesimismo a veces nos invade y otras nos abruma. Cualquier tiempo pasado no fue mejor sino tan solo diferente. Pero bastan esas divergencias para establecer comparaciones tan ayunas de rigor como colmadas de apriorismos. Así ocurre, al menos en parte, cuando se aborda la realidad de los medios de comunicación, las condiciones en que los profesionales desarrollan su tarea, la calidad de la información que se traslada a los ciudadanos o a la que realmente acceden a través de los diferentes mecanismos disponibles.

Mientras unos consideran que los medios de comunicación nunca tuvieron una influencia mayor que ahora en las sociedades desarrolladas, otros aducen que, en realidad, nunca alcanzaron, y menos aún merecieron, un desprestigio más abultado. Mientras unos perciben que la información se ha democratizado hasta el punto de que cada ciudadano extrae la información que le importa por los mecanismos que él mismo selecciona, otros aseguran que nunca las personas estuvieron más indefensas ante la confusión que genera la desregulación de los cánones anteriores. Mientras los medios convencionales buscan salidas espurias para sostener su propia viabilidad económica, los nuevos mecanismos procuran la mayor desregulación imaginada en aras de intereses ajenos a la mera información.

Ni falsas ni verdaderas, esas conclusiones estimulan a evaluar las indudables diferencias entre el ayer, el hoy y el mañana de los medios que las transmiten o soportan la información y, sobre todo, de la información real que, por una parte, se ofrece y, por otra, perciben los ciudadanos. Y eso implica abordar la naturaleza de los medios, el apropiamiento de los mismos, su adaptación a los instrumentos tecnológicos disponibles, el proceso de generación de los contenidos, la actitud de los usuarios…

Entre otros asuntos, por ejemplo:

A todo eso queremos referirnos, a partir de ahora, a través de apuntes y/o reflexiones acogidas a un título personalmente imprescindible: Informe sobre la información. Lo acuñó Manuel Vázquez Montalbán desde la cárcel provincial de Lleida en 1963. No puedo precisar si fue esa primera edición del libro o la segunda, la de 1971, la que me convenció de que merecía la pena ser periodista. Entre otras razones, porque no iba a ser fácil; pero también porque podía ser apasionante.

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