Las cajas alemanas pueden doparse

Hubo un tiempo en el que en los Juegos Olímpicos sólo podían participar deportistas aficionados o, menor, no profesionales.

Los tiempos cambiaron.

Bien fuera para evitar el fraude o para su mayor gloria y beneficio, el Comité Olímpico Internacional abrió la competición cuatrianual a los profesionales, dejando para los no profesionalizados los deportes, más que minoritarios, marginales o las últimas posiciones de las competiciones relevantes.

Hubo excepciones. De distinto tipo. En el fútbol, por ejemplo, se impone un límite de edad, los 23 años, y en baloncesto, para que al final aceptaran participar las estrellas de la NBA, se garantizó al equipo estadounidense que estaría exento de los controles antidopaje.

O sea, un cachondeo. Unos son estimulados a doparse mientras a otros los sacan la sangre con nocturnidad y alevosía y, si llega el caso, les suspenden por dos años o a perpetuidad.

En la competición financiera que se ha establecido en la Unión Europeo pasa algo parecido. Los bancos y las cajas de ahorro españoles fueron sometidos a unas pruebas de estrés (de esta manera tan cursi las llamaron, en lugar de puras y duras inspecciones externas) y posteriormente a otras medidas mucho más drásticas que han llevado a algún Estado, como España, a derivar deudas de los bancos a los ciudadanos, sin sonrojo.

Sin sonrojo, sobre todo, cuando ahora se decide, al fin, crear la figura del superintendente bancario europeo, vigilante de todo lo que se haga y se mueva en el sector. Salvo en 600 cajas… alemanas. Igualdad de trato, no parece.

Con agravantes, porque los procedimientos seguidos en la banca española están abocando a un oligopolio financiero que deja aún más indefenso a los ciudadanos paganos. Lo explicaba hace unos días Xavier Vidal-Folch.

Para qué engañarse y tener un banco presidido por Emilio Botín y otro por Ana atricia Botín. El primero, el padre, absorbe al otro, la hija. Una imagen mitológica con miles de víctimas: los que van al paro os saludan.

Los que ya están en la pobreza, más que admiraros, se admiran.

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