Amanece Bilbao sin ikurriñas. No hay ni una pintada ni una pegatina en el casco viejo. Tampoco ningún local cerrado que ponga se alquila. Todos los comercios están engalanados con la bandera del Athletic. Una tienda de trajes de novia presenta en el escaparate un maniquí con un vestido a franjas rojas y blancas, con sus tules, organdíes y cola interminable. Al levantar la vista se contempla en los balcones los colores del Athletic que se venden a tres euros el metro. Decenas de miles de banderas rojas y blancas reciben al enemigo, el Schalke 04.
En el vestíbulo del hotel Abba Parque, a unos pasos de San Mamés, bajan de sus habitaciones los primeros aficionados alemanes somnolientos en busca, supongo, de su desayuno rico en salchichas y beicon. No sé si es sueño o resignación ante la que se les viene encima. Sonríen intimidados, saben que este Jueves Santo trágico no será de sangre, sino de goles. Toda la ceremonia está lista, los dos bandos definidos, las pinturas de guerra, los cánticos y las arengas. Es la guerra incruenta del fútbol.
Escuchaba a primera hora en radio Euzkadi al director de la sección española de AI hablar de verdad, justicia y reparación, de los crímenes de ETA juzgados y de los que quedan por juzgar. Distinguía la verdad del relato, pero también la verdad justiciable. No se trata solo de contar quién fue la víctima y el victimario, sino también de juzgar y condenar al asesino. Después entrevistan a un cocinero vasco en Cataluña que defiende las lentejas con foie (el foie sin mariconadas) como uno de los mejores platos del mundo. Se analiza en profundidad la rebelión de Aralar contra Zabaleta. Un oyente llama para reclamar lo mucho que ha sufrido Aralar estos años, las amenazas y el hostigamiento de los salvajes, y comprende la reacción de los disidentes. Se dice que ETA mataba a los que no pensaban como ellos. Es peor todavía, cavilo. ETA mataba a todo lo que se movía, porque en realidad no sabía cómo pensaban los demás, porque ni escuchaba ni reflexionaba ni individualmente ni como organización.
En la recepción del hotel no suena radio Euzkadi, sino la infame Onda Cero y sus tertulianos de la brunete mediática que vienen a romper la armonía de una mañana de fiesta y el cántico de los pajaritos del parque. Los tertulianos se han quedado sin su juguete (algunos no se resignan) del terrorismo y ahora vociferan contra el género humano. Vienen a decir en resumen que la razón la tiene la crisis. En plena Semana Santa se me ocurre que solo una civilización judeo-cristiana puede echarse la culpa de un terremoto y de las consecuencias de la desregulación financiera y la guerra de divisas. Si nos cae una teja, Dios lo ha querido, si me voy al paro es porque soy un vago poco competetitivo. El mal está en nosotros, somos pecadores.
Rebuzna Amando de Miguel: la solución es reducir los diputados a la mitad, fuera concejales y el sueldo de los ministros y el presidente del gobierno a la mitad. Estupendo, ya está. Sí, ya está servida la animadversión por la política como cauce de entendimiento y participación. Fuera el estado, vivan los mercados. Es el inicio de la decadencia, el principio del fascismo. Y me pregunto yo en esta magnífica mañana de primavera: ¿No podrían reducirse los tertulianos a la mitad? Es decir, ¿Cortarlos en dos trozos? ¿Por el ombligo?
De vuelta a Vitoria escucho en el coche las radio fórmulas vascas (y vascos) con su música ñoña. Lo lleva diciendo Vaya Semanita mucho tiempo. ¿Cómo es posible que un pueblo, aparentemente tan bruto, que levanta piedras y corta troncos como deporte, luego se emocione con el pop chicle de la Oreja de Van Gogh, Alex Ubago o Fitipaldi? Cambio de emisora y suena el Orfeón Donostiarra. Pienso para mí que son como los Sabandeños.
Nota del editor. El título de este artículo de I.Barruntos rinde homenaje a Alberto Moravia y a El vizconde demediado, aunque aquí la demediación sea horizontal y no vertical, como la desarrollada por el insigne autor italiano. La diferencia, interpreto, no carece de significado. Mientras que Moravia planteaba la dicotomía de los hemisferios cerebrales, I.Barruntos propone otra no menos interesante: la dicotomía del pensamiento de ombligo para arriba o de ombligo para abajo.