Adiós, amigo, compañero

    Cuando murió Juan Antonio no fui capaz de escribir nada sobre él. Me parecía imposible expresar lo que sentía. Los recursos de alguien acostumbrado a escribir no solo no servían, estorbaban. Me aferré a unas pocas palabras suyas en la dedicatoria de uno de sus libros:

    “Por tantos años, ya, de compartirlo todo; por el tiempo y los deseos que hemos vivido juntos; y para que perdure…”

    ¿Cómo contar que era “mi amigo”?

    La despedida de Miguel Hernández a Ramón Sijé me asedió durante sus últimos días.

    «Compañero del alma, compañero».

    Ahora no consigo evitar a León Felipe:

    “No sabiendo los oficios los haremos con respeto. Para enterrar a los muertos como debemos cualquiera sirve, cualquiera… menos un sepulturero”.

    Hay elegías que buscan más la justificación o el consuelo de su autor que el reconocimiento del destinatario. Con ese miedo participio en este acto. Con ese temor leo estas líneas. En tres minutos, apenas unos pocos tuits.

    Hace cincuenta años (1968, por poner una fecha singular para nuestra generación) Juan Antonio y yo nos encontramos compartiendo los bancos de nuestra primera facultad.

    Y poco después coincidimos en la calle y en otros libros que no eran de texto. En aquel tiempo allí estaban las verdaderas asignaturas pendientes. Así fuimos compartiendo palabras, inquietudes, dudas, reuniones, protestas y, también, proyectos…

    El primero, en El Adelanto, todavía en plena dictadura. Año 71. Le ofrecieron un trabajo parcial que también resultó temporal y, tal vez, casualmente decisivo. Para empezar, tuvo que cubrir la sección de sucesos.

    Aunque fue breve aquel empleo, el director, Enrique de Sena, aceptó que cada domingo firmara una página sobre cine; al lado, otra, hablaba de teatro. Las cerrábamos los viernes, en su casa, con Lola siempre por testigo.

    El cine fue desde entonces un eje fundamental de su tarea, de su reflexión; un instrumento desde el que interpretar la realidad, un medio para la acción cívica e incluso política.

    En la editorial Sígueme, donde ya trabajaban Lola y él, dirigió una colección de cine. Zoom.

    Cuando decidió dejar la página de El Adelanto, por solidaridad con los trabajadores del periódico, Juan Antonio ya era una referencia en los cineclubs donde se alentaba la afición al cine y la revuelta civil; colaboraba en publicaciones nacionales, participaba en coloquios y debates culturales, acudía a festivales, muchas veces para ver las películas aquí prohibidas.

    Alentamos otros menesteres. A finales de 1977 pusimos en marcha una revista, Concejo, para estimular la crítica sobre la realidad municipal y social de Salamanca, sobre las instituciones que aún sobrevivían a la dictadura, y para animar a una mayor participación colectiva. Duró poco. Molestó algo más.

    En abril del 79 el inesperado ayuntamiento que surgió de las primeras elecciones municipales democráticas, una coalición de PSOE y PCE, nos invitó a compartir un proyecto en ciernes. Jesús Málaga nos ofreció la posibilidad de asumir un compromiso público en un momento de una profunda transformación social.

    Aquella experiencia resultó tan satisfactoria como definitiva. Juan Antonio puso en marcha, con la ayuda de otros compañeros, el área de Cultura del Ayuntamiento. Y mostró cómo se puede trabajar, desde la crítica y el rigor, con lealtad. No era tiempo para andarse por las ramas.

    La Casa de Cultura, asentada sobre el edificio que había acogido a la Policía municipal, promovió el teatro, la música, la literatura, las exposiciones, los talleres infantiles… y , por supuesto, el cine. “El cine de verano con la silla de la mano…” reunía cada semana a centenares de personas en la Plaza Mayor ante Buster Keaton, Charles Chaplin y otros clásicos.

    Y de allí surgió la Escuela infantil de Cine. Los fines de semana. Los chavales aprendían las cuestiones más básicas: el plano, la secuencia, el guión, el montaje… y terminaban el curso haciendo su propio cortometraje en super8.

    Aquella iniciativa le ratificó en una de sus convicciones más profundas: la necesidad de que los más pequeños conozcan el lenguaje audiovisual, para disfrutarlo, sí, pero también, y sobre todo, para defenderse de las asechanzas que a través de él tienden quienes lo manipulan creando necesidades artificiales o forzando comportamientos contrarios a los intereses ciudadanos; para protegerse de la publicidad y la propaganda, de eso que ahora se llama postverdad o hechos alternativos y que son mentiras que alientan la emoción y evitan el raciocinio.

    Su trabajo en la Casa de Cultura le llevó a la dirección general de Promoción Cultural de la Junta de Andalucía. De allí, le reclamó Pilar Miró para dirigir la Filmoteca Española. Y concluido aquel periodo, asumió la Consejería de Cultura de Castilla y León, a la que me arrastró. Fue un breve periodo, pero de nuevo pude comprobar lo que para él significaban el rigor, la decencia, la discreción, el respeto a los ciudadanos y, sin renunciar a su propia verdad, la lealtad a quienes en él confiaban.

    Acabada esa etapa (1978) me trasladé a Madrid. Nos vimos menos pero fue siempre mi amigo y compañero. Por eso me ha costado hablar esta mañana aquí. Y por eso no puedo irme sin trasladarles, a ustedes, representantes de las instituciones salmantinas y regionales, una reflexión que algunos aquí presentes hemos compartido:

    Si de verdad se han planteado reconocer el legado cívico y cultural de Juan Antonio, y no solo participar en un homenaje, promuevan iniciativas en la senda de aquella escuela infantil de cine que él creó: para instruir a niños y a jóvenes en el lenguaje audiovisual, el del cine, la televisión, las redes sociales, porque ese es el instrumento imprescindible para su legítima defensa en esta sociedad. En estos días no cabe ninguna duda: sin esa capacidad para interpretar lo que nos cuentan y a lo que nos estimulan, el ciudadano está abocado a la esclavitud: la del hombre que ve sin entender.

    Juan Antonio lo comprendió así nítidamente desde la Escuela de Cine. Y nos alertó de ello a todos hasta el último día. Atender ese legado sí sería un verdadero reconocimiento.

    (Esta intervención corresponde a mi intervención en el Homenaje ofrecido a Juan Antonio Pérez Millán en la Filmoteca de Salamanca el 27 de noviembre de 2017. Me pidieron que hablara de la época que compartimos en El Adelanto y el Ayuntamiento).

     

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