Armó la marimorena, sí.
Relegó el debate sobre el estado de la nación.
Invitó a repasar cuestiones ya debatidas y supuestamente sabidas.
La Operación Palace de Jordi Évole requirió la lucidez de otros analistas. Por ejemplo, la perspectiva de Andrea Soriano.
Añadimos, porque aporta meridiana claridad a algunas referencias incluidas en los comentarios ya citados, el comentario de Luis García Montero, El 23F, el Rey y el esperpento, publicado en Público, y que sitúa los hechos en la misma línea, ya recomendada, de Francisco Medina y Javier Cercas. Ante esa perspectiva, ¿a qué viene buena parte de los reproches, si aún estamos tan lejos de asumir lo que pasó?
He aquí algunos fragmentos:
Después de tantos años de aquel intento de golpe, quedan demasiados enigmas y silencios que desestabilizan la versión oficial. El papel del rey como salvador de la democracia está más que cuestionado. ¿Por qué fueron cabezas de la intentona militar Alfonso Armada y Jaime Milans del Bosch, los dos generales más monárquicos del ejército? ¿A qué se debió el desprecio constante del rey hacia Adolfo Suárez en los meses anteriores al golpe? Nunca un rey democrático ha maltratado tanto a un presidente de Gobierno elegido por las urnas.
Son preguntas, por resumir todo un largo interrogatorio, que me he hecho con frecuencia. Me resolvió muchas dudas Santiago Carrillo, con una explicación sensata, en una tarde de rara sinceridad en casa de nuestro amigo Teodulfo Lagunero. Detrás del 23-F, según me contó, hubo una trama política aprobada por el rey para sustituir el gobierno de Suárez por otro de unidad nacional presidido por Alfonso Armada. Como justificación de esa medida, en la que estuvieron de acuerdo algunos personajes seleccionados de la UCD, el PSOE y el PCE, se pensó en una intentona militar que legitimase ante la opinión pública una solución de urgencia. Milans del Bosch pensó en utilizar a un golpista de verdad, el teniente coronel Tejero, como anzuelo. Así se cruzaron dos golpes, uno blando, que perseguía una democracia con recortes y tutelada por el rey, y un golpe duro que iba contra la democracia de forma total. La estrategia se rompió cuando Tejero, enterado en el congreso de la solución pactada, se negó a un Gobierno de partidos y exigió la línea dura. El teniente coronel se les fue de las manos a los conspiradores y, de esa forma paradójica, evitó el éxito del golpe blando. Aunque parezca un chiste, me dijo Carrillo, fue Tejero quien salvó a la democracia de un ridículo venenoso para el crédito de los partidos.
Cuando vi la farsa de Évole, no me conmovió lo que tenía de mentira, sino lo que había de esperpentización de la verdad. Valle-Inclán inventó el esperpento porque la España oficial de la Restauración borbónica era una mentira, y deformando lo que ya estaba deformado, es decir, la España oficial, aspiraba a establecer de nuevo la verdad de la España real. El programa de Évole, pese a sus buenas intenciones, ha hecho lo contrario: ha deformado una explicación sensata de la verdad para hacerla compatible con la farsa de la España oficial.
Esa crítica a Évole es razonable y lúcida: ¿por qué el esperpento, si el documental aún está por hacer?
¿Alguien puede imaginar a qué se habría tenido de enfrentar el periodista?
La imagen corresponde a una representación de Tirano Banderas.