Anomalía en medio del bullicio

La calle más comercial de Madrid acoge a pobres y mendigos que ni siquiera buscan techo. Un tropel de gente sube y baja precipitadamente, sin mirar a uno u otro lado de la calzada, para huir de la indigencia o zigzaguea para escapar de encuestadores, vendedores ambulantes y adivinadoras que enarbolan el señuelo de un minúsculo brote de romero. Son obstáculo contra ese afán masivo por el consumo innecesario y desmedido. Hasta el teléfono móvil estorba frente el ruido, la prisa y el eslalon.

En medio de la calle y su marabunta un hombre fuerte y fornido desafía al gentío. Arrodillado, con el tronco inclinado hasta sostener la frente a un palmo del suelo, se apoya en su brazo izquierdo, con el que señala un vaso de plástico que, a modo de hucha, acoge unas pocas monedas. El otro brazo y la otra mano sostienen, pegado a la oreja derecha, el móvil que le aleja del bullicio y le transporta. A saber a donde.

En medio del bullicio, un hombre solo que conversa.

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