Antes de hablar, una cuestión previa

    Los medios de comunicación han buscado siempre un espacio ideológico que los identifique. Para unos se trata de un lugar muy concreto, limitado por el nicho de la audiencia que persigue y, simultáneamente, por la procedencia de los ingresos que genera. En ese marco se han movido a sabiendas de que el rigor informativo cotiza en bolsa muy por debajo de su valor social.

    En estos tiempos que vivimos los medios se sostienen, cada vez más, sobre alianzas económicas más que sobre criterios editoriales solventes. El hecho cuantitativo de la audiencia, en otros momentos decisivo, importa menos que el respaldo financiero. Los seguidores (lectores, oyentes o usuarios) no son garantes de la estabilidad económica del medio sino una coartada: gente afecta a una manera de entender la realidad acorde con la de los verdaderos sostenedores del negocio.

    Los medios más pudorosos buscan su propia supervivencia a través de equilibrios inestables: apariencia de neutralidad a sabiendas de que el poder oculto en la sala de máquinas –más el financiero que el político– no se limita a observar sino a obtener réditos –más políticos que económicos.

    Sin esa perspectiva, el lector, oyente o usuario de los medios de comunicación corre el riesgo de ser manipulado –en el mejor de los casos– o de engordar su propia obcecación, algo cada vez más evidente en la sociedad actual, sectaria y excluyente.

    Por eso, cada vez parece también más relevante saber a través de qué medios concretos trata de informarse cada quien. Antes de iniciar una conversación sobre asuntos de interés general, se debería introducir un preámbulo: que cada interlocutor definiera con nitidez a través de qué medios se informa.

    Tal vez esa sea la razón por la que en los últimos meses me he visto sometido varias veces a una misma pregunta que, en realidad, iba dirigida a cuantos participábamos en la conversación: ¿qué periódicos lees, qué radios, qué televisiones, qué redes? Cumplida la ronda ya se podían anticipar algunos aspectos fundamentales de los criterios que cada cual sustentaría a lo largo de la conversación.

    La pregunta y las respuestas tendrían que ser obligatorias. Y quienes hablamos en público sobre esas cuestiones deberíamos anteponer, por tanto, nuestra identificación antes de emitir cualquier otro comentario.

    No me escondo. Soy suscriptor de El País y elDiario.es, escucho la SER y sigo regularmente los informativos de laSexta y RTVE. De vez en cuando repaso El Confidencial, infoLibre, Ctxt o Público y echo algún vistazo a El Periódico, La Vanguardia e incluso, para no perder la perspectiva alternativa, a El Mundo y Abc (en estos dos últimos casos, pese a mi intención ecléctica, antes de echarme a correr).

    El lector ya sabe lo que puede esperar, aunque últimamente –otra vez, tras el paréntesis de Sol Gallego Díaz– lo más interesante de El País y la SER es saber, a través de la línea editorial y algunas decisiones organizativas, a qué juega el PSOE con la empresa ultraliberal que avala al grupo. Personalmente les soy fiel porque, pese a su propia complejidad, me resulta más fácil descodificarlos a ellos que a los demás.

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