Carta al padre

No sé por qué escribo. Tan sólo cuándo lo hago. No sé a quién me dirijo ni qué busco con esta carta. Sólo a quién se la envío.

Desde hace mucho tiempo he sentido la necesidad de iniciar una carta para contarte, padre, todo lo que nos ha pasado desde que no estás. Tampoco está mamá. Ni Pipo ni Alfonso ni Rafael ni Nacho. Desde anoche tampoco está Javi. Fuimos once hermanos. Quedamos seis. ¡Qué desamparo!

Por eso quería escribir, porque llevo dos días en los que sin llorar tengo los ojos llenos de lágrimas. Por eso quiero enviarte esta carta, porque estoy seguro de que no vas a leerla. Ni siquiera si hubiera otra vida, porque, si fuera cierta esa patraña, ya habrías abandonado la lectura y te habrías apartado de la mesa, abierto la puerta del pasillo, refugiado en tu habitación para ocultar tu pena y tu llanto. Para que siguiéramos creyendo, como cuando niños, que nadie había más fuerte que tú; que tú eras la garantía de nuestra fortaleza.

Por eso te dirijo esta carta, porque necesito amparo, porque tal vez lo necesitamos todos los que aún estamos aquí.

Te recordamos con frecuencia por cualquier motivo y, casi siempre, para entendernos a nosotros mismos: tu insobornable sentido del deber, tus regañinas, tu cariño, tu violencia, los desastres que te provocaron la religión y la guerra, no sé en qué orden.

Te recordamos por todo. Como hacemos con mamá, que estuvo siempre a tu sombra, incluso después de muerto, y que se despidió con tanta fragilidad y tanto afecto que a ti mismo te habría sorprendido. Ella vivió la muerte de Pipo y de Alfonso, y fue capaz de sobreponerse con una firmeza imposible. No sé si habría soportado la pérdida de Rafael, que estuvo ausente casi siempre, y sobre todo de Nacho, con el que compartió momentos que alegraban su vejez.

Ayer le tocó a Javi, el más pequeño. A él no le gustaba, pero le llamabais Cuco. Ha sido durante toda su vida un tipo formidable. Con él hemos disfrutado unos últimos meses impresionantes. La suya ha sido una enfermedad tan brutal como estimulante. Por eso no lloro, pero se me caen las lágrimas. Ahora mismo, a borbotones.

Javi nos deja a Mica, a Pietro y a Elía… No puedo seguir. Me gustaría tener fuerzas para contarte todo lo que no sabes. Y lo que no sabrás, porque esta carta no tiene destinatario, aunque te la envíe a ti. Ya te he dicho que no sé lo que busco ni por qué escribo; sólo cuando lo hago.

Y hoy, este día, abruma.

Día 12

Silencio

Hay días sólo para callar.

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