HOY COMO AYER
Situando la acción en la actualidad, el director escocés David Mackenzie y el guionista estadounidense Taylor Sheridan insertan su película en la mejor tradición del cine del Oeste, y más exactamente en el subgénero de asaltos a trenes y bancos, con un estilo que se ha dado en llamar crepuscular, centrado en figuras de perdedores y que remite a Sam Peckinpah y otros cineastas similares, varios de los cuales han ensayado ya con diversa fortuna ese salto desde la época clásica hasta hoy.
Los hermanos Toby y Tanner Howard se dedican a atracar sistemáticamente pequeñas sucursales de un mismo banco en diferentes pueblos pequeños y desolados del estado de Texas. Pronto iremos sabiendo que lo hacen con el fin de reunir poco a poco el dinero necesario para rescatar la hipoteca que pesa sobre la casa y el terreno que el primero de ellos acaba de heredar de su madre, antes de que la entidad financiera se los arrebate, con la sospecha de que en su subsuelo hay petróleo.
Ha sido Toby quien ha pedido a su hermano que colabore con él en esa tarea, aunque a este no le afecta directamente, ya que fue desheredado porque mató a su padre, en un arranque de cólera de los habituales en él y que le llevó a pasar diez años en prisión, de la que acaba de salir. El propio Toby, más sereno y menos beligerante, tampoco quiere la propiedad directamente para él, sino para sus dos hijos, que viven con la mujer de la que se ha separado y con la que apenas mantiene relación.
Tras los primeros golpes ejecutados con éxito –después de cada uno de los cuales entierran ritualmente el coche robado que habían empleado para ello–, un típico ranger de Texas llamado Marcus Hamilton y su ayudante Roberto, de origen mestizo, se lanzan a la persecución de los dos delincuentes. Marcus está a punto de jubilarse y se toma como un asunto personal darles caza, lo que constituirá el eje del argumento.
Así, un guion bien calculado va alternando con agilidad escenas de las peripecias de esas singulares dobles parejas, en las que no se pretende establecer quiénes son buenos y quiénes son malos, aprovechando sus acciones para profundizar en sus caracteres a base de pinceladas rápidas y con diálogos secos y cortantes, salpicados a veces por bromas sarcásticas de carácter racista o sexual y otras veces por breves pero agudas reflexiones sobre la situación económica general que ha conducido a Toby hasta el punto en que se encuentra. En este aspecto, con su acerada crítica del poder de los bancos, de sus oscuras maniobras y trampas flagrantes, reside el mayor interés de esta obra que nada con soltura entre dos tiempos. Y que cuenta con excelentes interpretaciones del cuarteto principal, entre las que destaca un Jeff Bridges también crepuscular, acompañados todos por una galería de figuras secundarias que lanzan destellos fulgurantes con sus breves apariciones.
No obstante, cuando la persecución llega al inevitable momento de la acción pura y dura, aquí con vehículos todoterreno en vez de los caballos legendarios, la narración tropieza inesperadamente con los tópicos habituales que le restan credibilidad: docenas de disparos que no alcanzan su objetivo, frente a un único tiro que salva al protagonista, carreras en que las distancias entre perseguidos y perseguidores varían arbitrariamente, y demás trucos demasiado fáciles para una obra de este alcance y categoría.
Obra que se presenta entre nosotros, por cierto, con un título que bordea el ridículo por incomprensible a primera vista. Al parecer, Comanchería se utilizó provisionalmente en el rodaje, aprovechando las alusiones a esta tribu india definida en algún momento como enemiga de todos pero justificada también por el expolio al que fue sometida por los invasores blancos, que ahora han convertido en comanches a los dos
hermanos, típicos perdedores del género. Finalmente se optó por otro título que puede traducirse como Contra viento y marea, aunque las distribuidoras francesa y española han preferido mantener el primero, que no anima demasiado a verla por lo que tiene de derivación burda de un término tribal de gran tradición en la filmografía del Oeste.
Con todo, y dentro de su envoltura a la vez nostálgica y actual, lo más llamativo de este décimo largometraje de David Mackenzie y segundo guion de Taylor Sheridan es que vuelve a poner sobre el tapete, en términos quizás añorantes pero rigurosamente contemporáneos, bien documentados y detallados, la vieja cuestión sobre qué delito es peor, si atracar un banco o fundarlo.
FICHA TÉCNICA
Título original: «Hell or High Water». Dirección: David Mackenzie. Guion: Taylor Sheridan. Fotografía: Gilles Nuttgens, en color. Montaje: Jake Roberts. Música: Nick Cave y Warren Ellis. Intérpretes: Chris Pine (Toby Howard), Ben Foster (Tanner Howard), Jeff Bridges (Marcus Hamilton), Gil Birmingham (Alberto Parker), Dale Dickey (Elsie), William Sterchi (Clauson), Buck Taylor (anciano), Kristin Berge (Olney Teller). Producción: Film 44, OddLot Ent., Sidney Kimmel Ent. (Estados Unidos, 2016). Duración: 102 minutos.
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