El fango existe. La política del fango, también. Y no cabe duda de que la ciénaga encharca el ejercicio del debate público y, lo que es aún peor, la convivencia ciudadana. No se trata de una casualidad, sino de una acción premeditada con diseño internacional. La máquina del fango.
Frente a esa realidad, permanente e incontestable, solo cabe un doble antídoto: el raciocinio y el tono. Argumentar en voz baja, persuadir sin descalificar, proponer y reflexionar huyendo de exabruptos y descalificaciones; en definitiva, invitando a pensar y a debatir (por este orden).
Y no desfallecer. Reincidir en esa línea, sin insultar a los que insultan, aunque prestos a llevar frente al espejo a quienes agreden con exabruptos. Apelar en definitiva a un debate público claro y veraz. Y por ello, contundente. Todo lo demás sólo servirá para aumentar la podredumbre de la vida pública. Es decir, para confiar nuestro futuro a la máquina del fango.