Soledades

«Una pastelería en Tokio». Naomi Kawase, 2015

Dicen quienes conocen bien la nutrida filmografía de la directora japonesa Naomi Kawase –nueve largometrajes de ficción y una quincena de documentales de diferentes duraciones– que Una pastelería en Tokio representa una notable inflexión en varios aspectos de su peculiar estilo, siempre a caballo entre esos dos géneros mayores de la cinematografía, si consideramos género al documental, como otra forma de interpretar la realidad, recreándola inevitablemente, por no decir manipulándola, sin que este término tenga sentido peyorativo, dado que el cine, sea del tipo que sea, no puede hacer otra cosa.

Sea como fuere, esta película de Kawase es una pieza de orfebrería casi minimalista, construida a base de planos muy cercanos –en parte por lo reducido del espacio de la tiendecita donde se desarrolla casi toda la acción, pero también como elección formal de la autora–, unidos por un montaje fluido y nada efectista, y que gira en torno a dos personajes centrales y otros dos secundarios: Sentaro es el encargado de la pastelería a la que alude el título español, donde fabrica y vende al por menor dorayakis, unas tortitas dobles rellenas de pasta dulce de judías rojas, llamada An, que es el título original. Los dueños del negocio, a quienes debe una suma de dinero que no puede pagar, gravitan constantemente sobre él, imponiéndole unas decisiones que no comprende y le cuesta tener que aceptar. Un día aparece por allí Tokue, una mujer de setenta y cinco años, experta en la fabricación de esos dulces, pero con unas extrañas deformaciones en las manos, empeñada en que la admita como ayudante y dispuesta a enseñarle los secretos de la repostería.

La relación entre ellos dos, desde las reticencias iniciales de Sentaro hasta el establecimiento de una cierta intimidad y confianza mutua, centra la primera parte del relato, que experimentará un giro radical cuando se corra la voz de que el aspecto de las manos de Tokue es consecuencia de la lepra que pudo padecer en su infancia y que la invalida para el trato con los demás, horrorizados por el estigma radical que hasta hace poco tiempo marcaba esa enfermedad en la sociedad japonesa, como en tantas otras.

Para entonces hemos tenido oportunidad de conocer también a Wakana, una de las colegialas que acuden como clientas fieles a la pastelería, que en algún momento muestra asimismo deseos de trabajar en ella pero acabará cediendo en favor de Tokue, por la que empieza a sentir gran afecto. Y a una cuarta figura, Yoshiko, que es la mejor amiga de la anciana, sabedora de todo su pasado y cómplice de su singular filosofía poética de la vida, expresada en diálogos breves y pausados, y en voces over delicadas y nada pretenciosas.

Porque lo que hace sobre todo el guion de la película es ir desvelando progresiva y lentamente, con notable sensibilidad y ligereza, los secretos que encierran esos personajes, que determinan la terrible soledad en la que viven, por motivos muy distintos, y que los impulsan a buscar, cada uno a su modo y sin estereotipos, un contacto humano que pueda compensarlos o quizás hacerles olvidar esa profunda carencia que domina sus existencias.

En pura coherencia con el tratamiento dado a los temas de fondo, Una pastelería en Tokio juega con imágenes y sonidos que señalan las transiciones, llenándolas de sentido. Desde la evolución de los cerezos, tan queridos para Tokue, que indican el paso del tiempo con su floración y desnudez alternativas, hasta la de otros paisajes naturales de discreta belleza, en permanente contraste con el fragor de los trenes, autobuses y demás máquinas que alteran la vida en la gran ciudad.

Quizás el mayor reparo, si se aceptan las claves expresivas elegidas por Naomi Kawase para desarrollar esta historia de aislamientos íntimos y búsquedas de algún tipo de relación mínimamente confortable, sea lo premioso de un desenlace precedido por nuevos dramas pero cuyas características han quedado ya suficientemente explicitadas antes de que la cámara vuelva a vagar como si la directora tuviera dificultad para encontrar un final convincente, o como si quisiera trascendentalizar en demasía lo que ha contado con tanta eficacia. Aunque ese posible defecto no empaña el brillo de una obra singular, capaz de producir placer estético aun en la contemplación de tanto dolor contenido.

 

FICHA TÉCNICA

Título original: «An». Dirección y Guion: Naomi Kawase, sobre la novela de Durian Sukegawa. Fotografía: Shigeki Akiyama, en color. Montaje: Tina Baz. Música: David Hadjadj. Intérpretes: Kirin Kiki (Tokue), Masatoshi Nagase (Sentaro), Etsuko Ichihara (Yoshiko), Miyoko Asada (dueña de la pastelería), Kyara Uchida (Wakana), Miki Mizuno (madre de Wakana), Kazue Tsunogae (madre de Sentaro). Producción: Comme des Cinémas, Kumia, Mam, Nagoya Broadcasting Network (Japón, Francia y Alemania, 2015). Duración: 113 minutos.

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