Cuanto más pobres, mucho peor (para ellos)

Quizás casi nadie se lo vaya a echar en cara al Gobierno. Tal vez no le importe demasiado a la mayoría de los ciudadanos. Puede que este sea el momento de volver a escuchar esa majadería de que la solidaridad debe empezar por los más cercanos, una consecuencia de aquella absurda caridad que empezaba siempre por uno mismo y a la que debieron aplicarse tantos timadores con sin ínfulas nacionalistas.

España se convierte en la gran abanderada de los recortes en ayuda al desarrollo. La más aplicada. O sea, la peor. Para que sintamos aún más vergüenza de nosotros mismos: porque la miseria de los demás nos hace, además de pobres, miserables.

 

Algo de esto leí hace poco en Lo que cuenta es la ilusión, el dietario de Ignacio Vidal-Folch, al que se ha aludido en este medio.

“Empezó como una desaceleración, rápidamente agravada en crisis, luego la crisis se transformó en recesión, y ahora ya se habla de recesión.

“Rocío, que es clarividente, o cree serlo, y ya envuelta en un aura luminosa claramente perceptible, me dice en tono suave:

– No te preocupes por la crisis, Ignacio. No hay de qué preocuparse. Este asunto se solventará con la liquidación de toda la gente que sobra en el planeta. Ya lo verás.

“Tiene una expresión serena, mientras plácidamente profetiza la hecatombe.”

La clarividente, que lo sabe, no debe alterarse por nimiedades. Ella tal vez calle muchas cosas que ya ve. Lo que cuenta es la ilusión. Por ejemplo, la del que, esta mañana, comentaba delante de su café con leche en el mostrador de la churrería: “Si nos hubiéramos ocupado más de nosotros mismos…”.

¿No habrá sido por todo lo contrario?

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