La primera reacción fue de interés, casi de sorpresa. Acción, vértigo, ingenio. A medida que avanza la historia, o lo que sea, empieza a atosigar tanta vorágine. Más adelante, el interés aumenta en la medida que la pura realidad pasa por el matiz de una visión peculiar y bárbara. El final se antoja cobarde, impropio de un destroyer sin remilgos. Tal vez lo decidiera por eso: la elección del desconcierto.
Seix Barral publicó Democracia, la novela de Pablo Gutiérrez, en octubre del pasado año. Ha funcionado a un ritmo de edición por mes. Algo tendrá la cosa. Con esa convicción, y porque ni la editorial ni los aduladores parecían vinculados a los bestsellers de tapa dura, me decidí a leerla. Y efectivamente tiene algo.
Esta es una salsa o amalgama de muy diferentes productos de muy diversas procedencias que conforman un cóctel bravío, a veces sugerente y otras directamente alcohólico. Responde a una especie de literatura-cómic, en la que importa más el impacto que la reflexión, las imágenes que el discurso, el ingenio que la introversión. Todo ello, con respeto, mucho. Porque es una opción y no se trata de un recurso fácil, sino, al contrario, muy exigente, que obliga a la brillantez en cada frase más que en cada párrafo y somete, por tanto, al autor a un estrés imposible. También a este lector que, antes que detenerse en cada esquina, prefiere leer de corrido y sospechar que el ingenio es también hijo del artificio.
Sin embargo, por ese retablo de productos diversos, ecléctico y desconcertante, el hecho cierto de la crisis permite a Pablo Gutiérrez observar el panorama desde la economía y la política, los movimientos sociales, las redes, la cultura (literatura, arquitectura, plástica) y la filosofía; o desde la actualidad y los mitos de la posmodernidad y algunos iconos de este tiempo, tan vinculados entre sí como Karl Popper o George Soros.
Todo ello en un relato, ya está dicho, potente y repleto de fogonazos. Un tormentón que amenaza al lector con dejarle, de tanto resplandor, cegato.
