Juan Gabriel Vásquez plantea en El País las causas de la desafección de la ciudadanía respecto al periodismo y, por extensión, al sistema democrático: “¿Cuáles son las causas o las raíces de esta desafección? ¿Se trata de una información excesiva, que nos agobia, y que provoca en muchos ciudadanos una suerte de hastío, y a veces un hastío infantil, que los lleva a refugiarse en los mundos más agradables y frívolos y coloridos de algunas redes sociales? O tal vez se trate de las nuevas mentalidades que las revoluciones tecnológicas han producido a conciencia, y que ya se han estudiado hasta el cansancio (aunque muchos no se den todavía por enterados): esas mentalidades constantemente enrabietadas, contaminadas de emociones destructivas, cuyo único interés al informarse no es informarse, sino confirmar un prejuicio o alimentar un odio. El periodismo profesional, que no se hace para excitar emociones y así secuestrar nuestra atención y nuestro tiempo, que propone reflexiones menos nerviosas y más serenas que un video o un meme o los 280 caracteres, se ha vuelto incómodo para muchos. En los peores casos, de incómodo ha pasado a ser detestable. La información ha sido sustituida por los discursos de odio, que a nuestras redes les gustan más: más tráfico, más bilis, más clics, más likes, más indignación virtuosa, más tribalismo”.
Poco que objetar. Salvo precisar de qué periodismo hablamos, a qué medios informativos salvamos de la quema justificada. Las redes sociales tan razonablemente denostadas en el planteamiento de Juan Gabriel Vásquez se nutren de periódicos y periodistas a los que asimismo alimentan. Y de esa guisa, y ese guiso, engordan el miedo, la rabia y la inviabilidad de la conversación pública.
¿Qué hacer? ¿Asumir la impotencia de los medios aparentemente decentes y los profesionales verdaderamente dignos frente a los panfletos, los eslóganes, las consignas o la manipulación con ropaje periodístico? ¿Cuáles han de ser las claves para distinguirlos entre tanto hedor repugnante? Porque la desafección que Juan Gabriel Vásquez comenta resulta muchas veces razonable A su afirmación de que «Hemos abandonado a nuestros periodistas» (justa y cierta en las referencias concretas que refiere) también cabría preguntar si los periodistas nos han abandonado a nosotros.