
Día 14
Salamina
Me gusta la reflexión de Víctor Lapuente titulada Poetas de Salamina. Entre otras cosas dice:
«Los griegos tenían analistas, pero también poetas. Papeles académicos, pero también poemas homéricos. Narraciones que transmitían los códigos morales del pasado y los adaptaban a los dilemas del momento. Obras de ficción que ayudaban a entender cómo aquello que nos hace mejores, como el coraje de Aquiles, también nos puede viciar, desencadenando desgracias colectivas. El naciente teatro griego permitió a los ciudadanos empatizar con sus enemigos, poniéndose en la piel de los persas; cuestionarse a los líderes heroicos; y confiar en sus propias fuerzas. Los análisis militares, o económicos, son importantes, pero el guion moral de una sociedad lo escriben sus artistas y pensadores. El arte deposita en nuestras conciencias imágenes sobre qué es lo correcto y lo incorrecto. Imágenes que sedimentan y moldean nuestro comportamiento.
«Los retos de la globalización —menos sanguinaria que el ejército de Jerjes, pero percibida por muchos como una invasión— exige también una estrategia épica. Que ofrezca, y que pida, a los ciudadanos prudencia, coraje, templanza y justicia. Que combine la evidencia del pasado con la visión de un futuro no escrito. Que empodere a quienes ahora se sienten víctimas de unas fuerzas que no pueden controlar para que tomen las riendas, o los remos, de su destino.
«Nuestros políticos no leen poesía. Y nuestros poetas y escritores parecen más inclinados a hacer análisis políticos —algo para lo que no están preparados y donde suelen cometer errores de bulto— que a representar en carne y hueso los grandes conflictos morales que luego rumiaremos todos. Tenemos vívidas narraciones de la miseria humana, de la crisis económica y de la corrupción política. Venden bien, porque los retratos de los vicios humanos, por comparación, nos hacen sentir mejores. Pero andamos escasos de imágenes de la grandeza humana. Venden mal, porque los relatos de las virtudes humanas, por comparación, nos ponen frente al espejo de nuestras carencias. Tenemos mucha ficción oscura e individualista. Pero poca ficción esperanzadora y trascendente de la que necesitamos para recomponer una sociedad fracturada. Faltan poetas de Salamina».
Día 10
Niños
En la piscina natural de El Gasco, en el fin de Las Hurdes, allá donde se pierden los caminos, en la más profunda Extremadura, entre las piedras, dentro del agua detenida, se bañan algunos niños. Hay uno al que todos miran. Le llaman Pau. A su lado intenta nadar Oriol. Los otros chavales pronuncian su nombre con orgullo. Son de los suyos.
En La Parada, entre Robledo y Horcajo, pueblos menos extremos pero igualmente hurdanos, el niño al que buscan los demás dentro del río se llama Unai. También les pertenece. A los amigos, al lugar, al cariño.
Día 9
Mercado
Cuando niño, el martes era mucho más importante que cualquier día festivo. Los abuelos abrían el comercio de tejidos desde la mañana hasta la noche, sin interrupción al mediodía, ya aplastara el calor o apretara el frío. La calle de Sol transitaba abarrotada de gente que llegaba de los pueblos cercanos.
El motivo de aquellas aglomeraciones se encontraba en el Plaza, a la que acudían los agricultores de los valles próximos –el Ambroz, el Jerte, la Vera– y de las fértiles vegas del Tiétar, del Alagón… a vender directamente sus productos. Había más algarabía cada martes que en las propias fiestas. El esplendor en el verano se alimentaba de tomates, melocotones, higos…
Ahora sobre el Martes placentino pesa más la nostalgia que el fulgor de las frutas y verduras, de los dulces típicos y los quesos del Casar o Ceclavín. La melancolía se impone a los cada vez más amplios e impersonales estaribeles de los distribuidores. Unos pocos agricultores aún resisten, casi a hurtadillas, escondidos en sus pequeños puestos, a la competencia y al tiempo.
