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30 de marzo
A los responsables políticos, no, pero a los ciudadanos sí nos cabe el derecho al desahogo. Lo ejerzo.
He seguido con atención la comparecencia de Pablo Casado. Tanta atención que se me han saltado las lágrimas. No podía imaginar tamaña desvergüenza.
Así de simple: “Yo ya lo dije: lo mejor es que no se contagie nadie. Pero no me han hecho caso”.
Entre el virus o un confinamiento con el líder de la oposición, ¿con quién se queda?, ¿quién piensa usted que le matará antes?, ¿quién cree que provocará más víctimas? Miren atrás y cuenten los damnificados de las políticas aplicadas desde 2011 para acá. ¿Imaginan los que podría haber, bajo su dirección, desde la aparición del virus en adelante? Porque en este país se ha muerto y aún se muere de abandono, enfermedad y hambre.
¡Eso es un líder, soltero o casado!
28 de marzo
Los aviones de la CAM que traían material médico desde China están en bucle, no aterrizan; deben llevar una semana dando vueltas a la tierra, tal vez se hayan convertido en un satélite del planeta. O quizás hayan impactado directamente en la luna, por donde también circula con frecuencia la presidenta de la Comunidad.
¡Soladiridad! clamó un representante político. No sabía de qué hablaba, obviamente.
23 de marzo
No puedo cambiar de tema. Tampoco concentrarme en otra cosa. Apenas inicio una actividad diferente me asalta un dato nuevo, una declaración, un wasap, una comparecencia, un exabrupto –todos ellos referidos al estado de alarma y al coronavirus– y regreso a mis cavilaciones monotemáticas.
Para relajarme hoy decidí cocinar algo inédito. Pareció funcionar. Cinco minutos. Otra vez el ajetreo, la conexión con la televisión, el móvil, los datos más recientes… De vuelta a la cocina el humo invadía toda la casa. El aceite de una sartén llevaba largo rato hirviendo.
Hubiera sido injusto morir por inhalación de anhídrido carbónico. Lo habría sido por coronavirus, que, sin atacar a los pulmones, afecta a las meninges. Aunque en desigual manera. Lo noto.
16 de marzo
La ministra de Igualdad, positivo. El coronavirus no discrimina. A Irene Montero le tranquiliza.
El líder de Vox, positivo. Pedía medidas drásticas, organizó un congreso y se abrazó a 5.000 correligionarios. ¡Un visionario!
La presidenta de la CAM, positivo. No se infectó en la manifestación del 8M. Desistió de ir… para no contagiar a las feministas.
El presidente de Catalunya, positivo. Le urgía el aislamiento de Cataluña. Ahora Cataluña tendrá que aislarse de él.
15 de marzo
Lo parece, pero no estamos viviendo una novela de ciencia ficción. La distopía es real. El coronavirus nos pone ante un espejo de doble cara: por un lado, cóncavo; por el otro, convexo. Como los del Callejón del Gato que alumbraron a Valle Inclán para crear un género: el esperpento. Tal vez este sea un buen tiempo para entender y entendernos.
Desde el precipicio de estos días tal vez podamos resolver el enigma que planteaba Max Estrella: «¿A quién enterramos, Latino?». Esta fue entonces, ¿como ahora?, la respuesta: «Es un secreto que debemos ignorar».
14 de marzo
No tengo nada que hacer y no hago nada. Espero a través de internet, de la radio o de la tele la última noticia sobre el coronavirus. Las informaciones empiezan a ser redundantes y abruman. Paralizan. No tengo nada que hacer y no hago nada.
11 de marzo
Ayer mismo recogí mi tarjeta para el transporte público en Madrid. Hoy me recomiendan que no la utilice. Ayer era muy barata. Hoy es cara.
Estaba decidido a dejar el coche. Hoy me comprometo a usarlo… en caso de necesidad.
¿Mañana?
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