
Morir como en el exilio, rodeado de los ahijados, no por sus hijos… Un sino trágico para los tiranos, los golpistas, los demagogos, los aprovechados. Cuestiones de herencia. O tal vez, de desherencia.
Chávez tiene sus defensores, que encuentran legítimos argumentos para justificarlo: la distribución de la riqueza, el crecimiento económico, algunas mejoras sociales significativas, el fervor de las clases populares…
Chávez tiene sus detractores, que, aparte de quienes sólo defienden sus propios privilegios, también encuentras razones legítimas para explicarlo: la violencia de la sociedad, las alianzas estratégicas con tiranos, su egolatría revestida de populismo, el fracaso de cambios sociales importantes…
La enfermedad que anuncia su final no añade méritos a la memoria del golpista al que refrendaron las urnas una vez tras otra:
Los ciudadanos no conocen la realidad: rumorean.
El líder se transforma en deidad y muchos súbditos dispuestos al respeto se pasan a la idolatría.
Los apóstoles abandonan su ejercicio para pasar ante el túmulo en posición de baboseo.
Los elegidos para salvarle de lo inevitable sopesan el ridículo del fracaso previsible con el riesgo de perder dádivas en el empeño.
El porvenir del país está en manos ajenas porque decidió no fiarse de las propias, las que estaba obligado a formar.
Y así todo se hace más incierto.
Los modos en la gestión pública forman parte de la gestión pública, explican la relación entre el poder y la ciudadanía, tienen efectos más largos que algunos resultados efímeros, atacan al derecho de las personas a la crítica, el único baluarte para la autodefensa…
La verdad, ¿quién la conoce?, muchas veces se declara cuando más se la esconde.
