Doble tragedia, doble muerte

Jacintha Saldanha, una mujer de 46 años, originaria de la India, madre de dos hijos, trabajadora con más de cuatro años de antigüedad en el hospital Rey Eduardo VII de Londres, tenía asignada aquella madrugada la tarea de atender el teléfono. Alguien llamó al centro sanitario y se identificó como la Reina de Inglaterra para interesarse por el estado de su nieta Kate, esposa del viceheredero, William, e ingresada en la por unos trastornos relacionados con el embarazo de la joven y, dios mediante, futura madre.

Jacintha no lo dudó: pasó la comunicación a la enfermera encargada de atender a la duquesa de Cambridge. Y esta, con la impresión de quien recibe a horas intempestivas una demanda de la mismísima Corona británica, acató la demanda y ofreció algunos datos acerca de la evolución de Kate. Su Majestad podía estar tranquila, la sucesión impecable de la Corona parece asegurada hasta la cuarta generación.

La llamada no la había hecho la Reina, sino unos jóvenes periodistas australianos que, sin saber muy bien qué hacer en su programa, decidieron hacerse pasar por la Reina madre para mofarse de la vigilancia y exponer su atrevimiento. Burlada la ingenua confianza de Jacintha, las burlas públicas se extendieron por los medios de comunicación como la gracia de unos jóvenes divertidos en pleno ejercicio de su oficio profesional. Y del chascarrillo banal surgió un escalofrío.

Jacintha Saldanha apareció muerta, suicidada, dos días más tarde. Entonces sí se levantaron voces contra una práctica periodística frívola, aunque no “ilegal”, como remacharon los directivos de Radio 2Day FM, que retiraron las cuentas de twiter e incluso los micrófonos a los ingeniosos Meil Creig y Michael Christian.

Nadie pudo prever seguramente un final tan trágico por un hecho tan frecuente y tan aceptado. Pero, más allá del caso personal de Jacintha Saldanha, la tragedia profesional radica en la aceptación y en la frecuencia con que el engaño, la simulación, la falsedad se cuela en el ejercicio del periodismo. Sin que los ciudadanos tengan derecho a enojarse, porque apenas se trata de una gracia…

Esta vez la sonrisa pícara se ha transformado en una mueca macabra. Pero el truco de las llamadas falsas, entre otros engaños habituales, se confunde con periodismo de investigación. Esta es otra tragedia. La profesional. En la que la muerte sólo alcanza, o nada menos, al sderecho a la información o, simplemente, a una información decente.

– ¡Menuda antigualla!

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