Sucedió tras la victoria de la selección española de fútbol en el aún reciente campeonato del mundo. Un gesto despreciable –el beso arrancado a Jennifer Hermoso por el entonces presidente de la Federación Española de Fútbol– desembocó en una reivindicación aún más importante que el triunfo deportivo. Aquella llamada de atención se encuentra ahora en fase de consolidación, pero el símbolo permanece vivo con todo su valor. El éxito deportivo era importante, la reafirmación feminista fue importantísima.
Ha vuelto a suceder. Un jugador extraordinario –en términos estrictamente deportivos–, acosado por espectadores radicales ha transformado su reivindicación antirracista en un alegato formidable. Primero, el puño en alto dirigido a un graderío que le silbaba reafirmando el black power que proclamaron los atletas negros en los Juegos Olímpicos de Munich en defensa de los derechos civiles. Después, el llanto, las lágrimas públicas en medio de una rueda de prensa en vísperas de un España–Brasil convertidas en una denuncia racional y emocionalmente inequívoca del racismo que sufren particularmente en España personas de raza distinta a la hegemónica. El propio Vinicius lo explicó de manera irrefutable: «Jugar al fútbol es muy importante, pero luchar contra el racismo es importantísimo».
El machismo y el racismo no están en vías de extinción en nuestra sociedad y, por ello, se requieren no solo argumentos sino tambien símbolos emocionales que pongan en evidencia unas lacras sociales tan arraigadas. La reacción de fondo no admite excusas: Jenny Hermoso no provocó a la bestia Rubiales (símbolo del trato desigual y de la negación de los derechos de las futbolistas) ni Vinicius provoca a quienes le dirigen insultos racistas negándole el respeto a sus derechos elementales.
Habrá quienes, al margen de la cuestión, aduzcan el tono a veces conflictivo del futbolista brasileño en el terreno de juego. No cabe la relación, porque no cabe provocación que abole derechos elementales. Lo ponen en evidencia la contundencia de sus símbolos: el puño en alto y las lágrimas. No hay réplica.
¿Cómo responderán sus seguidores? ¿Cómo lo harán quienes disfrutan asediándole? ¿Cómo reaccionarán sus compañeros? ¿Y sus rivales? ¿Cómo valorar los efectos de la reivindicación feminista de las futbolistas? ¿Cómo los de la reclamación antirracista de Vinicius? Veremos.
El valor del símbolo detesta a quienes lo denuestan y exige a quienes lo reclaman, sin olvidar lo elemental: el derecho de las jugadoras y el de Vinicius a disfrutar de su trabajo a partir del respeto ineludible de quienes los rodean. Desde el palco, los medios o los estadios.