La mariposa se aposentó tras el cristal de la puerta corredera que cierra la terraza. La trasparencia le negó la salida. Tras numerosos intentos de huida, se plegó y se abandonó; juntó las alas a la espera irrefutable del destino. En el más absoluto silencio.
Días atrás, una urraca había hecho algo parecido. Sus intentos de huida chocaban cada vez con mayor tenacidad y estrépito contra vidrio de la estructura acristalada. Su pico percutía una y otra vez contra lo invisible. Unas gotas de sangre expresaban la tensión y la violencia de su afán por resolver a la fuerza la impenetrabilidad de la transparencia. Esperamos a que se tranquilizara, descorrimos la estructura hasta donde resultaba posible y dejamos la solución en manos del silencio y del tiempo. Una hora más tarde el animal había volado. Solo quedaban como vestigios de su encierro algunos excrementos, signo de la necesidad y de la ira, de la tozudez y de la trampa.
La mariposa esperó impasible su sentencia. Entonces resultó muy sencillo llevarla a la inmensidad del amanecer con la mera ayuda de un vaso y una lámina de plástico,. La tensión fue breve y su aleteo urgente y satisfecho dejó un recuerdo festivo.