Aquel día, hoy hace ya veinte años, me desperté preocupado. Tenía que desarrollar unos asuntos urgentes relacionados con el trabajo que por hache o por be no acababa de rematar. Madrugué. Decidí quedarme en casa, porque los imprevistos cotidianos de una redacción de Informativos, como la de Telecinco en aquel momento, crecen a medida que avanzan las horas. Y por una vez, para no distraerme, dejé apagada la radio.
“Si me quedo en casa, en un par de horas dejo resueltos los asunto pendientes». Eso pensé o así me justifiqué después. Para concentrarme en la tarea, mantuve apagada la radio y así conseguí actualizar el informe que traía entre manos y del que me iba a olvidar para siempre. Bajé al garaje, cogí el coche y… la noticia me estalló antes de llevar a la calle. Era el 11M.
No tuve tiempo de justificar mi demora. El director de informativos me abordó en las escaleras. “Vete al control y no te muevas de allí. Vamos hablando”.
El despliegue de la redacción ya estaba en marcha. La emisión en directo había comenzado unos minutos antes. ¿Qué había pasado?, nos preguntábamos, pero apenas alcanzábamos a ver lo que veíamos. Sin salir del estupor requeríamos explicaciones. No había tiempo para las conjeturas. ¿Cómo pedir tranquilidad, ordenar el aluvión de imágenes y testimonios, coordinar a los reporteros distribuidos por muy diferentes puntos de Madrid, a valorar las imágenes más brutales, los testimonios de la barbarie…?
La redacción trabajaba en todos los frentes. A media mañana, me sorprendió una llamada del delegado en El País Vasco, un periodista excepcional.
- Estás en el control, ¿verdad? Ni de coña. No es ETA. No es ETA. He hablado con mucha gente. No es.
Avanzada la tarde la advertencia empezaba tomar cuerpo, mientras la obcecación y la presión del Gobierno no cejaba. El coche de Leganés, los versos del Corán. Cada nuevo elemento chocaban contra la consigna oficial. Es ETA. Mantuvimos el equilibrio en aquel torbellino emocional sobre el que se precipitaban las presiones. Tanto dolor y tan pocos escrúpulos. ¡Qué vergüenza! Algunos responsables, al horror, añadieron la indecencia.
Sin embargo, aquel día tuvimos la convicción de que el ejercicio del periodismo puede merecer la pena. En solidaridad con quienes más padecen.