Se puso el traje escondido en el armario desde la última vez que le obligaron a ponérselo; sacó su única corbata, sobada por más de treinta años, fuera de moda y de temporada, y le hizo un nudo corredizoo sin advertir que, en el empeño, se le había saltado un botón de la camisa. Y así, con caminar lento, la mirada al cielo y un relajo propio de quien sabe que ha cumplido consigo mismo y con quienes le rodean, sin prestar la más mínima atención al desaliño de hombre ajeno a las apariencias, se encaminó a recoger el premio Cervantes.
Una vez allí, en apenas tres folios, ofreció una lección magistral sobre el compromiso del intelectual con la sociedad que le acoge, sobre la inevitable interacción del arte y la realidad social, sobre la íntima relación de la que se nutren la literatura y la vida de los seres que ella refleja. El Quijote, sin necesidad de revisiones pasadas por el comic o el manga, inducido tan solo por la lúcida mirada del sabio y viejo escritor, se enfrentó a la realidad más cierta y más cruda, a lo que acontece cuatrocientos años después de su publicación.
La mejor lección posible sobre el valor de la cultura para entender al ser humano y para comprender las actitudes que lo dignifican. El texto que Juan Goytisolo escribió para glosar a Cervantes y a El Quijote y trasplantarlos a esta época sin retórica ni escaqueos.
El discurso de un heterodoxo.