«El hombre de las mil caras». Alberto Rodríguez, 2016

SOLO UNA PARTE DE LA HISTORIA

108917-jpg-r_1920_1080-f_jpg-q_x-xxyxxTras el éxito de la a nuestro juicio sobrevalorada La isla mínima (2014), el cineasta sevillano Alberto Rodríguez vuelve sobre un tema de carácter político, aunque lo hace de manera más explícita y menos críptica, basándose además en personajes y hechos sobradamente conocidos de la historia reciente española, aunque algunos preferirían que quedasen sepultados en el olvido.

Precedida por la abrumadora parafernalia publicitaria habitual en la cadena que ha intervenido en su producción –en este caso, Atresmedia–, El hombre de las mil caras se presenta como un retrato de dos individuos que a mediados de los años noventa pusieron en jaque a los servicios de seguridad del Estado, a dos ministros y al propio gobierno de Felipe González: Luis Roldán, el director general de la Guardia Civil que robó mil quinientos millones de pesetas de las arcas públicas, entre mordidas por la construcción de numerosos cuarteles y saqueo directo de los llamados fondos reservados, y el espía Francisco Paesa, que colaboró con él organizando su huida, protegiéndolo del largo pero torpe brazo de los servicios secretos, organizando su rocambolesca entrega a las autoridades… y robándole al final aquella cantidad, que todavía no ha sido localizada ni devuelta al erario común.

En principio, la producción de la película podía parecer una operación oportunista, porque es conocida la tendencia conservadora de la citada empresa coproductora y de sus lacayos disfrazados de contertulios, prestos a poner en marcha el 474502-jpg-r_1920_1080-f_jpg-q_x-xxyxxventilador, remachando que corrupción ha habido en todos los partidos, que todos son iguales a este respecto, o secundando desvergonzadamente el ‘y tú más’ practicado por tantos portavoces del partido gobernante, como forma de disfrazar la charca de corrupción en que nos obligan a chapotear.

Sin embargo, Alberto Rodríguez, cineasta de declaradas posiciones progresistas, apenas hace hincapié en las maniobras de Roldán para apoderarse de tan ingente cantidad de dinero público, sino que se centra sobre todo en sus relaciones con el pintoresco personaje de Paesa, aunque eso no le impide ridiculizar acertadamente a aquel ambicioso biministro del Interior y de Justicia del gobierno socialista, Juan Alberto Belloch, que quedó en evidencia al dar ruedas de prensa tan triunfalistas como engañosas, de las que después tenía que contradecirse sin aparente sonrojo.

382803-jpg-r_1920_1080-f_jpg-q_x-xxyxxEl hombre de las mil caras, que repite o copia el título de aquel filme dirigido en 1957 por Joseph Pevney (Man of a Thousand Faces), en el que James Cagney encarnaba biográficamente a Lon Chaney, otro mito de la pantalla, se inspira sin embargo en el libro del periodista Manuel Cerdán, El espía de las mil caras, al que añade numerosos elementos de ficción. Y encuentra su mayor interés en las relaciones entre los dos personajes principales, más el socio, cómplice y casi servidor de Paesa, un piloto aquí llamado Luis Camoes, complementados por otras figuras y escenas secundarias, como las de carácter familiar de unos y otros, que poco aportan al conjunto y ni siquiera sirven para remansar el ritmo frenético y los constantes cambios espacio-temporales que Alberto Rodríguez ha querido imprimir a la acción. Porque el cineasta sigue teniendo la costumbre de complicar narrativamente las cosas más sencillas y explicitar en exceso las que resultaban evidentes, llegando a repetir secuencias para asegurarse de que todo, o casi todo, queda claro para el espectador. O como en la bochornosa imagen del ciervo imaginario que aparece de pronto en un aeropuerto para confirmar la borrachera de un tipo sin apenas relevancia, por ejemplo.

381866-jpg-r_1920_1080-f_jpg-q_x-xxyxxAsí se explica que lo más atractivo del filme acaben siendo sus intérpretes. Un Eduard Fernández espléndido en su contención, aunque su papel de Paesa se vea lastrado por tics repetidos hasta la saciedad, como el del encendedor de oro; un Carlos Santos que tiene que sobreponerse a una deficiente caracterización, sobre todo con una calva de guardarropía, pero que huye razonablemente de la esclavitud al mero parecido físico, presentando a Roldán como un pobre diablo que pasa de la arrogancia al lloriqueo depresivo casi sin transición, y un José Coronado también convincente como Luis Camoes, en su doble misión de narrador del filme y colaborador de Paesa en la gran estafa que dejó en evidencia a un gobierno ya tocado por diversos escándalos.

Interesante aunque parcial –por fragmentaria, no por sesgada– revisión de unos hechos fundamentales en la trayectoria de la recuperada democracia española, la película brilla más como ejercicio de estilo y muestra de suspense y acción que como reinterpretación actual de nuestra propia historia.

 

FICHA TÉCNICA

Dirección: Alberto Rodríguez. Guion: Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, inspirado en el libro de Manuel Cerdán. Fotografía: Alex Catalán, en color. Montaje: José M.G. Moyano. Música: Julio de la Rosa. Intérpretes: Eduard Fernández (Francisco Paesa), José Coronado (Jesús Camoes), Marta Etura (Nieves Fernández), Carlos Santos (Luis Roldán), Jimmy Shaw (inversor), Pedro Casablanc (abogado), Alba Galocha (Beatriz), Emilio Gutiérrez Caba (Osorno). Producción: Atresmedia Cine, Atípica Films, Sacromonte Films, Zeta Audiovisual (España, 2016). Duración: 123 minutos.

 

Ver todas las críticas de Juan Antonio Pérez Millán. 

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