Envejecer no resuelve el problema

Los jóvenes no son los grandes perdedores de la crisis, por mucho que lo proclamen los titulares de las cadenas de radio y televisión y algunos periódicos. La culpa de la debacle económica de los jóvenes en España desde que comenzó ese periodo negro tampoco la tienen los jubilados, como parece deducirse cuando se contrapone la evolución de las rentas de los colectivos extremos del arco demográfico. Envejecer no resuelve el problema. La Encuesta Financiera de las Familias recién publicada por el Banco de España, al menos, no lo recomienda.

A los jóvenes la crisis les ha arruinado su presente y, aún peor, también su futuro. A los mayores les ha deteriorado su tranquilidad e incluso su despedida. Sobre todo, a los jóvenes y a los pensionistas que ya eran pobres. Porque la crueldad de esta crisis la ponen de manifiesto sus víctimas y, talk vez sobre todo, sus obscenos vencedores; no solo los que se han ido de rositas, porque sí, sin comerlo ni beberlo, sin (aparentemente) mancharse, sino, sobre todo, los que instrumentalizaron la crisis en su propio beneficio, los que participaron en su origen o en su desarrollo, los pocos que acumulan tanta o más riqueza que los muchísimos míseros, aunque no miserables; y quienes han amparado y estimulado a los mangantes.

Hay datos que no dejan lugar a la duda:

  • El Banco de España confirma que las rentas más bajas fueron las más golpeadas en la crisis.
  • Los hogares más pobres tienen al final de la crisis más deudas que activos, con un patrimonio negativo de 1.300 euros, frente a los 14.000 euros (en positivo) que tenían en 2008.
  • Los hogares con menos recursos perdieron casi un 50% de su renta desde 2008, frente al 11,6% que se dejaron los más acaudalados.
  • La caída del precio de la vivienda ha pasado factura a la riqueza de los hogares, con mayor incidencia en las familias más humildes al ser la casa en propiedad su principal riqueza

Eso es lo cierto: que el 10 por ciento más rico de España acumula el 52,8 por ciento de la riqueza y que, mientras no se cambie esa situación, para nada sirven (o servimos) las plañideras.

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