En socorro de los muchos indecisos

    Todos los periódicos tradicionales y buen número de los digitales se han rasgado las vestiduras durante la campaña electoral por el auge de los programas de televisión más variopintos en la estrategia de comunicación diseñada por los principales partidos políticos. No resulta fácil entender ese desgarro de sus propias vestiduras.

    En primer lugar, porque, al rebufo de radios y televisiones, esta sociedad ha sido seducida por el relato emocional y, en consecuencia, por la primacía de la imagen frente a la palabra, por el argumento del impacto frente al del raciocinio, por los medios calientes frente a los fríos. En segundo lugar, porque todos los periódicos, incluidos los ahora críticos, se han adaptado de manera progresiva y creciente a esa realidad: la mezcla de géneros, el relato personalizado, el valor de los testimonios, la abundancia de imágenes, el despiece de las informaciones e incluso la inclusión de contenidos que se consideraban propios de la prensa rosa. En tercer lugar, porque los mismos medios y los profesionales han degradado su oficio aceptando con tanta resignación como silencio –o sea, con complicidad– el auge de sucedáneos de informativos y otros formatos denigratorios perpetrados por periodistas o suplantadores de los profesionales de este oficio.

    ¿A qué las quejas, si hasta los medios más serios han elaborado jueguecitos para indicar a cada elector qué partido se adecua más a sus afinidades?

    Y sin embargo…

    Algunos de los medios más clásicos ofrecen todavía alternativas que contradicen las tendencias dominantes y los dignifican. En esta campaña electoral, pese a la atención dedicada a los debates, a las descalificaciones, a la bronca, al racarraca de la vieja y la nueva política, a las entrevistas sin corbata, a las charletas de cocina, El País ha puesto a disposición de cada uno de los dirigentes de los cinco partidos con mayores expectativas una página completa para escribir Mi plan para España.

    Tan sencillo como clarificador, porque, con todo lo que cada uno de los firmantes esconde – algo que no se le escapa a ningún lector crítico–, de dichas tribunas se obtienen más conclusiones que de ningún otro evento multitudinario.

    O eso me ha parecido.

    Ya sea por lo que dicen o por lo que callan e incluso por lo que mienten, aportan información y contexto, contribuyen a la reflexión, favorecen la comparación y, por todo ello, quizás, ayudan a resolver la indecisión.

    Para los interesados, estos fueron, uno a uno, en estricto orden de aparición, los cinco planes de futuro:

    El de Alberto Garzón, Una nueva constitución, un nuevo país.

    El de Pablo Iglesias, Un nuevo compromiso histórico.

    El de Albert Rivera, Nuestro proyecto es España.

    El de Pedro Sánchez, La España que queremos.

    El de Mariano Rajoy, Veinte millones de razones.

    Si todo esto le parece insuficiente, rasque… No hay otra.

     

     

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