Tres ejemplos: el gobierno le da al coco

Primer ejemplo

Apenas leído el escrito de Guindos a Juncker, surgía una pregunta inmediata. Si la sintaxis revela la estructura del pensamiento, como ha explicado algún conspicuo analista habitual en estos blogs, ¿qué tiene en su cabeza el menda Guindos? Lo financiero le ataca, le obsesiona, claro está. ¿Pero hay algo más en su coco?

 

 

Segundo ejemplo

Ana Mato ha decidido convertirse en un ser irreemplazable e imprescindible para la sociedad española durante esta crisis, recesión o catástrofe general. Como Groucho Marx, pero natural, sin esforzarse. Le sale así. Otro cacumen.

 

 

Tercer ejemplo

Lo primero que hizo María Seguí, apenas designada directora general de Tráfico, fue criticar uno de los pocos logros del anterior Gobierno: la reducción de accidentes de carretera.

Lo segundo fue protagonizar un spot para la radio en la que decía a los moteros cómo debían comportarse al subir a su vehículo. Todo un avance en el proceso de comunicación con el ciudadano.

Lo tercero ha sido proclamar que “entre una carretera y una autopista de pago, yo escojo la de pago”. Todos los mileuristas, parados, pensionistas, en el paro por razones varias, incluidos los recortes, la crisis y hasta las hipotecas, han elogiado el gusto y la elección.

En ningún caso se la ha entendido.

Uno. Los responsables del anterior Gobierno no sabían sumar. Lo hacían mal o a destiempo, como consta en múltiples facetas y detalles que pesan como losas.

Dos. El ahorro empieza por uno mismo: nada de contratar agencias de publicidad ni famosetes moteros; la directora se basta.

Tres. La elección de las autopistas no es una cuestión de gasto sino de solidaridad: los peajes que puso en marcha el Gobierno Aznar, con la estrecha cooperación de sus ínclitos Paco y Esperanza, tienen un agujero de 3.800 millones. La directora general se ha ofrecido a echar una mano.

¿Se entiende, no?

La cosa es clara: ¿por qué no viajamos todos en autopistas de pago si, por lo pronto, hoy ya tenemos que pagar 290 millones para evitar la quiebras de quienes las construyeron con superior beneplácito? O sea, si las pagamos, ¿por qué no las usamos? Y más oseas,  ¿por qué tenemos que pagarlas dos o tres veces? ¿O por qué no las paga enteras la susodicha directora general de Tráfico, ya que son tan de su gusto?

 

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