Sí, ya sé –porque un buen amigo y buen abogado a la vez ha tratado de explicármelo pacientemente muchas veces– que en un Estado de derecho (¿) hasta el peor de los delincuentes tiene el ídem a una buena defensa. Pero todo esto suena demasiado a triquiñuelas, argucias de dudosa honestidad y otras marrullerías a que nos tienen acostumbrados cuando el delincuente en cuestión es rico y poderoso. Porque los pobres van de cabeza al trullo, y en el mejor de los casos, a esperar que su Padre Jesús el Rico o cualquier otro jefe de cofradía los indulte por Semana Santa. Y en la mayoría de los casos, a una iletrada como yo le basta con saber qué eximio abogado defiende a quién para convencerse de que el tal, sea quien sea, es más culpable que el trío de las Azores, digan lo que digan las distintas instancias de cualquier Estado de… como se llame eso.
(Este texto lo escribió Andrea Soriano para este Lagar hace ya una decena de años. No está de más recuperarlo, aunque a título póstumo, en estos tiempos).