Este afán por los charcos

La vindicación del año 2025 como aniversario de la celebración democrática que acabó con el franquismo parece otra ocurrencia del Gobierno Sánchez, en el mejor de los casos a favor de la descalificación de los nostálgicos de la dictadura, que no solo existen sino que, parece, van en aumento. Lo único razonable de este empeño radica en el objetivo, pero la ausencia de matices y complementos desvirtúa los propósitos y hasta anima a renegar de esta nueva artimaña con sello gubernamental.

Ni el 20N se asemeja al 23F ni cabe homologar el 14A con el 15J o el 28D. Cada cosa en su sitio y cada fecha en su momento. Para bien o para mal, cada referencia tiene su afán y, por supuesto, su propia lógica.

¿Se trata de celebrar el final de la dictadura franquista? Reconozcamos a sus víctimas, las indiscutibles; aplaudamos los esfuerzos de algunas organizaciones con desigual grado de compromiso y el riesgo asumido por los trabajadores, intelectuales y estudiantes (entre otros) que combatieron aquella ignominia, siquiera con dedicación de media jornada.  Y luego, marquemos en rojo el calendario con las primeras elecciones democráticas que sellaron un cambio de régimen en el que participaron personas e instituciones que habían formado parte del aparato represor del franquismo.

Franco murió en la cama, a la sombra de la lucecilla de El Pardo, un 20N que cumplirá su quincuagésimo aniversario dentro de once meses. ¿Qué deberíamos celebrar en esa fecha? ¿La impotencia de la oposición clandestina y de la sociedad desmovilizada para abolir la dictadura? ¿Entonces? ¿Se trata acaso de regodearse en el fracaso de los opositores o se trata de premiar a quienes alentaron la transformación del sistema de convivencia en España a partir del 78?

¿A qué vienen los festejos patrios con motivo de la muerte del déspota? ¿A recordar su barbarie, sus condenas a muerte o a penas de cárcel moralmente injustificables? ¿A reivindicar a los exiliados, a los degradados en sus cargos o funciones, a tantas otras víctimas de una sociedad corrupta por el terror y la violencia institucional?

Pese a las dudas esbozadas, la alerta tienes razones. Aquellos barros guardan relación con los lodos que de un tiempo a esta parte van creciendo en las sociedades democráticas y, en particular, en la española, impulsados por los mentores de una nueva represión que ya actúa en la sociedad sin necesidad de camuflaje, porque, antes que rechazo, genera adhesiones despreciables. Por eso las voces de alarma están justificadas, pero no necesitan fechas confusas para denunciar la realidad de este tiempo vergonzante.

Tienen tantas razones que no caben excusas y, mucho menos, explicaciones a deshora. El plan debe eludir motivos espurios y celebraciones a deshora, gritos y descalificaciones sin calado en el análisis de la realidad de España (y de buena parte del mundo). Se trata de reivindicar valores fundamentales y de convocar a una amplia mayoría social a una actuación en favor de la convivencia y el respeto a los derechos individuales y colectivos. A la reflexión y al debate, no al dislate y la verborrea; a la oportunidad, no al oportunismo; a los derechos individuales y sociales, no al desprecio y al enojo.

Por todo eso hay que defender el fondo de la cuestión y denunciar las formas que o lo desprecian o lo dilapidan, en lugar de reivindicarlo y fortalecerlo.

Todo esto le importa un bledo a los agentes del reaccionarismo, pero todo esto debe importar a quienes esperan y procuran una sociedad para la convivencia. Sin embargo, ahora estamos, o eso parece, de regreso al 20N; a la escisión social y al poder de la impotencia.

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