Cuando Europa perdió el alma

 

 

«Ahora, cuando las dificultades económicas atenazan a Europa, se hace evidente una paradoja dramática: en algún lugar del camino se perdió el alma».

Me pareció una bella frase para una idea grave. La firma, en El País, Rafael Argullol dentro de un artículo titulado Europa relega su cultura. Al terminar su lectura comprobé que su lectura merecía la pena y que, a la luz de su reflexión, quizás mereciera la pena reconsiderar muchas actitudes y decisiones que ensombrecen este tiempo. Y que también los más europeìstas tal vez debieran rediseñar su estrategia e incluso su plan de comunicación en favor de esa otra gran idea que fue Europa.

Subrayo otros párrafos que argumentan aquella frase luminosa:

«La cultura europea es, en realidad, el único espacio mental que justifica la edificación de Europa. Sin la cultura europea, lo que llamamos Europa es un territorio hueco, falso o directamente muerto, un escenario que, alternativamente, aparece a nuestros ojos como un balneario o como un casino, cuando no, sin disimulos, como un cementerio.

«Y ese es un peligro incluso mayor que el de la crisis económica, pues puede provocar una indefensión absoluta: nadie cantará a Beethoven, o a Schiller, porque nadie recordará que el arte es aquello que consuela cuando existen muros y aquello que enaltece cuando se destruyen fronteras. En consecuencia, nadie sabrá, tampoco, que eso que llamamos cultura, a la que Europa —más que otras regiones del mundo— lo debe todo, es un ejercicio de libertad y de orientación en el laberinto de la existencia. Para eso necesitamos todo lo que ahora, con una celeridad increíble, estamos abandonando. Es cierto, como dicen muchos profetas actuales, que la cultura —la “cultura europea”, se entiende— es superflua y anacrónica, pero no es menos cierto que también la libertad es superflua y anacrónica desde un punto de vista estrictamente pragmático. Se puede existir —no sé si vivir— sin ser libre. También se pueden hacer grandes negocios o tener éxito en la profesión. La libertad no es necesaria pero, como demuestra el ejemplo de Antígona, es imprescindible. De eso, durante siglos, nos ha hablado la cultura europea a los europeos. Y es eso, precisamente, lo que hoy se aleja de nosotros».

Conclusión:

«La Historia es así. Lo malo es vivirla y formar parte del bando de los inminentes perdedores. Y aún es peor que la caída llegue a producirse sin ninguna grandeza, con apatía, con ignorancia».

 

(La ilustración, de Enrique Flores, es la misma que acompaña al artículo de Rafael Argullol).

Artículo anteriorRescoldos de crisis, mentiras y domingo
Artículo siguiente“Perú sabe”, el 15 de febrero, en la Berlinale 2013