El voto popular llevó a RTVE al ridículo, pero la minusvaloración del votó popular la lleva ahora a la vergüenza. O eso se dijo entonces y se dice ahora. Variaciones, pues, sobre un mismo tema: el festival de Eurovisión.
Para salvarlo del descrédito en que se desarrollaba, en 2008 RTVE realizó una convocatoria masiva a músicos y cantantes para que presentaran sus propuestas y delegó la decisión definitiva en el voto popular, inequívoco y directo –se argüía–, de los espectadores. De allí surgió Roberto Chiquilicuatre, un esperpento que trataba de poner en solfa a los concursos musicales y, en particular, al festival con más seguidores del planeta, pero que acabó poniendo en entredicho la validez del denominado voto popular o, por el contrario, alentando la burla a la convenciones eurovisivas durante unas semanas. Se hizo evidente que el voto popular televisado no recoge la opinión global de la ciudadanía sino tan solo, sino tan solo, y en el mejor de los casos, la de los votantes con ganas y recursos técnicos y económicos para participar. Y, lo que es peor, que los ciudadanos en esos modelos representativos estarán siempre en desventaja frente al poder telemático de los grupos o las empresas con intereses, medios técnicos y estratagemas imbatibles en las redes. Quedó demostrado que la mera ilusión de los individuos bienintencionados solo conduce al espejismo.
Pese a aquel precedente, el voto popular no perdió por completo su valor como referente de lo auténticamente democrático, aunque ya estaba muy depreciado para numerosos asuntos o aspectos relacionados con la economía, el poder o la cultura. Y también para algo equivalente a una elección democrática respecto a una propuesta musical o coreográfica.
Con aquel precedente en la memoria, RTVE no podía tropezar dos veces en la misma piedra y, dado que el marco del voto popular –como se dice ahora o, al menos, de Lafokk para acá– sigue vigente, ha ido buscando la manera de atemperar y reducir su hegemonía conceptual. Este año se inventó lo del voto telemático frente al voto de los espectadores y el jurado presencial. El pueblo podía seguir votando, creyendo que intervenía en la decisión y pagando los mensajes telefónicos. Y para dar aún más apariencia democrática se encargó una encuesta que añadiera legitimidad a la elección con un estudio demoscópico, aunque con una muestra limitada a 350 personas; es decir, una representatividad similar a la de una consulta a la puerta de un hipermercado. No obstante, para asegurar la irrefutabilidad de la elección se reincidió en la fórmula de un jurado profesional y variopinto, compuesto en este caso por cinco miembros más o menos vinculados al asunto que se dirimía.
Y así, con un cuarto de la decisión en manos de un voto popular dudosamente representativo; con otro cuarto en poder del incierto voto demoscópico; y la otra mitad al arbitrio del jurado de los cinco sabios… Chanel y Slomo fueron aupadas a la gloria histérica y al vituperio impúdico.
Lo de Chiquilicuatre se quedó en una chiquillada, aunque sería mejor considerarlo como un esperpento –al más puro estilo de Valle Inclán– del propio concurso, de la misma RTVE e incluso de la participación popular. O sea, aquella experiencia, aunque con efectos contrarios a los originales, no estuvo exenta de interés y de enseñanzas. Sin embargo, lo de ahora pone en solfa al certamen, a la corporación, a los sistemas de representación, al respeto a la norma establecida… y, sobre todo, a una ilusión colectiva: algunas canciones habían alentado una cierta confianza en el valor de la música de fácil consumo como amplificadora de cuestiones socialmente relevantes. Otra vez el espejismo.
Aquello pudo ser fruto de la ingenuidad de los convocantes en la elección presuntamente democrática y de la habilidad de un grupo “amigo” para sabotear aquella candidez con una propuesta que reforzaba su papel de influencer en la producción audiovisual. Esto, lo de ahora, añade nuevos elementos al diagnóstico.
Con RTVE en cualquier caso responsable, aquello pudo ser el resultado de una simpleza. Esto, lo de ahora, añade a la torpeza general otras más concretas. Si el voto popular sigue siendo dudosamente popular y el demoscópico no ha sido más que un paripé, la clave de la decisión se depositó en un jurado, en cinco personas. Y por encima de ellas solo pueden ser responsables, sin excusas, quienes decidieron el sistema y quienes eligieron a los doctores: un experto islandés en Eurovisión, un experto austriaco en videoclips, una coreógrafa española, una cantante también española y una representante del Coro de RTVE…
Ellos decidieron, por encima del público y la demoscopia, el triunfo de una canción no ya insustancial sino repleta de referencias a modelos denigrantes del papel de la mujer en las relaciones personales. Frente al contorsionismo coreográfico y el reguetón impúdico –no tanto en el baile como en el texto de la canción– resultaron irrelevantes los valores que presentaban sus principales rivales y sus propuestas feministas, reivindicativas, multiculturales, vitalistas.
Coda final. Una institución pública como RTVE está obligada a defender el idioma y los valores que a través de él se transmiten. ¿Alguien valoró el mensaje, la letra, que SloMo transmite?
Let’s go
Llegó la mami
La reina, la dura, una Bugatti,
El mundo está loco con este body
Si tengo un problema no es monetary
Les vuelvo loquito a todos los daddies
Voy siempre primera, nunca secondary
Apenas hago dun dun
Con mi bum bum
Y les tengo dando zoom zoom
On my yummy
Estribillo
Y no se confundan
Señoras y señores
Yo siempre estoy ready
Pa’ romper caderas, romper corazones
Solo existe una
No hay imitaciones
Y si aún no me creen
Pues me toca mostrárselo
Take a video watch it slo mo mo mo
Booty hypnotic make you want mo mo mo
Voy a bajarlo hasta el suelo lo lo lo lo
If the way I shake it to this dembow
Drives you loco
Take a video watch it slo mo
Te gusta to’ lo que tengo
Te endulzo la cara en jugo de mango
Se te dispara cuando la prendo
Hasta el final yo no me detengo
Take a sip of my colalala
Ponte salvaje na na na
Make it go like pa pa pa pa
Like Pa pa pa pa pa
Estribillo
Y no se confundan…
¿Se entiende la indignación? Dejémoslo en vergüenza. O en el espejismo.