Gracias a vos-otros

Más allá de la interrelación entre los múltiples elementos que lo forman, el universo, como la vida, carece en sí mismo de sentido. Somos las personas quienes se lo damos. El ADN de los seres humanos no incluye ningún gen, molécula o cromosoma que explique el sentido de la vida. Ese cometido debe resolverlo cada quien en su propio ámbito.

Por esa especie de razón de ser no se transmite de padres a hijos, sino que, muchas veces, ocurre al revés: los hijos se la dan a sus padres.

Cuando la muerte es lo único cierto de la vida, la decisión paterna de hacer hijos responde a una costumbre absurda o al más puro egoísmo: asegurar el sustento y la atención cuando las fuerzas flaqueen. Puro utilitarismo.

Sin embargo, en no pocas ocasiones, los hijos, más allá del final inevitable, dan sentido a la vida de sus padres, la dignifican y los enorgullecen; nada mejor para sentir que mereció la pena vivir.

De la misma manera, fuera de ese ámbito tan estricto y reducido, el familiar, son otros los que dan sentido a lo que, paradójicamente, consideramos más propio.

Sirva esta reflexión, en tiempo de soledad y pandemia, como una forma de gratitud a quienes nos ayudaron a sentirnos alguna vez y fugazmente felices.

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