Los mentideros de la Villa hierven cada vez que se detecta una tormenta. La corte siempre fue así, maliciosa y carroñera. Pero no hay que alarmarse: la sufren los mismos que se regocijan en la podredumbre, se alimentan de ella los mismos que la alimentan. Alternativamente. A los medios de comunicación, mirones y agitadores, les encanta la mierda.
En estos días la marmita huele a una cocción rápida y espesa. La chicha la aporta el gobierno. Huele a impudicia, mas no están seguros los críticos gastronómicos de si corresponde a algún ministerio o al propio presidente. Montoro figura entre los señalados, pero a muchos les resulta poca cosa: demasiado hueso y excesivas sonrisas para un guiso que reclama grasa y contundencia. Rajoy, también, porque entre sus huestes hay quienes están dispuestos a cocinarlo y a comérselo.
Puede parecer desagradable, pero estos avatares no requieren ni ética ni estética. Tampoco pudor. Sólo importa engordar, al margen de la calidad de la dieta.
Alguno de los beneficiarios (Gallardón, eso dicen algunos, figura entre los que entrenan para llegar raudo a las entrañas del moribundo) confía en su oportunidad: ha sido tan brutal y despiadada la furia del gobierno marianista que ya solo queda amarrarse al mástil y, si fuera preciso, a la vela hasta que el temporal amaine, convencido de que la calma glorificará al timonel que sobreviva a la tempestad.
¡A por ellos! Y si hay que soltar lastre, se echa mano del pasaje.
¡Feliz singladura!