El submarino que llevaba a cinco ricachones al pecio del Titánic, a casi tres kilómetros de profundidad, no llegó a agotar las reservas de oxígeno que almacenaba. El artefacto implosionó mucho antes. No hubo supervivientes. Tampoco duelo; al menos, de cuerpo presente.
Se sabe que la excursión era prohibitiva para el 99,99% de los habitantes del planeta Tierra y que ni siquiera estaba recomendada para el restante 00,01% de los terrícolas, porque el aparato era un cacharro y la tecnología que simulaba su funcionamiento resultaba a todas luces imperfecta. Demasiados riesgos para tamañas aventuras. Final, pues, previsible de antemano.
Y sin embargo…
… hay que estimular la defensa de proyectos como este y afirmar que el tripulante y su pasaje hicieron lo correcto. Cabe incluso recomendar la construcción de nuevos batiscafos suicidas siempre que sean su uso exclusivo de personal de tanto ringorrango. E incluso se puede asumir el deber de incentivarlos mediante desgravaciones públicas… Sería un paso eficaz en favor de la igualdad, aunque demasiado lento.
El mayor problema que plantean estas iniciativas es el derroche económico de las operaciones de rescate. Tiene remedio: no llevarlas a cabo. Porque carecen de sentido y perjudican a los abstemios.
Nota. La aventura o el suicidio del Titan que buscaba al Titanic ha acaparado la atención de los medios de comunicación, mientras varios centenares de inmigrantes morían ahogados cerca de las costas griegas. El barco en que depositaron su esperanza se hundió por el sobrepeso de la carga: alrededor de 700 pobres hacinados y desahuciados. Un centenar logró sobrevivir. ¿Se pueden justificar los recursos dedicados al rescate del Titan frente a los destinados a la barcaza de los miserables?