5. POLÍTICA POR PELOTAS
La información política asumió los códigos de la información deportiva hace ya algunos años. De la información general estructurada en torno a diferentes canales se pasó al «minuto y resultado», de la prioridad del juego participativo y con valores a su reducción al mero resultado, de lo importante a lo sorprendente, de lo analizable a lo cuantificable, de lo noble a lo canalla, de una acción socialmente relevante al descrédito de un señuelo que desacredita cualquier aprecio colectivo.
Cabía un paso más y se ha cumplido: la acción pública, la política, ha asumido los códigos del deporte. Ya no importan ni la participación ni el entretenimiento, sino la polémica, el enfrentamiento, el encono, el árbitro. Lo trascendente es el auge y el encono de los bandos, la contienda impone a la participación, la emoción se supedita a la parcialidad. La información somete a la rivalidad. Esta es la realidad que importa y a la que se atiende.
El periodismo deportivo ha perdido cualquier relación con la información para convertirse en un animador del enfrentamiento, en la priorización de lo emocional. La veracidad de los asuntos que facilitan los medios periodísticos se somete al objetivo prioritario: alentar pasiones, generar conflictos. Así actúan los periódicos, las radios, los canales de televisión y, por supuesto, las redes sociales. Provocan el enfrentamiento, magnifican lo que enfrenta y resuelven a gritos lo irrelevante. Y se considera normal.
La acción política ha asumido esos códigos deportivos. Ya no importa la participación de los ciudadanos sino su militancia combatiente. El ser político se ha transformado en ser fanático. La participación en el debate público solo alienta a extremistas, a los hooligans… La desafección crece entre quienes habían asumido que su acción estaba relacionada con el derecho a participar en las decisiones de interés colectivo.
A quienes les gustaba el deporte se han quedado sin espacio para conversar sobre cualquier práctica saludable. Los interesados en la acción política se sienten invitados a desertar, ante el riesgo de asumir en la acción pública el vigor del dogmatismo.
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