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Angela Merkel compensó sus excesos en defensa de la austeridad con una política migratoria más que digna en comparación con la de otros. Sus votantes dieron por razonable lo primero y por inaceptable lo segundo. Así se explican los resultados electorales que han llevado a la canciller a anunciar su retirada. Sin embargo, ahora, uno de los personajes más duros del actual gobierno de Merkel, su ministro del Interior, reclama abrir las puertas a los migrantes. Lo reconocen después de todo lo gritado: ¡Hacen falta, ya, 1.200.000 inmigrantes en Alemania! No hay otra. Pero se ponen condiciones: que sean o estén cualificados.
Gran Bretaña prepara algo parecido, Brexit mediante, excluyendo la prioridad de los europeos en aras de la capacitación como único criterio selectivo.
En lugar de ofrecer formación a quienes acceden al país, se pretende dar cobijo a los ya formados en otros territorios, con la consiguiente pérdida de personal cualificado en esos lugares menos favorecidos. O sea: los ricos se aprovechan de los esfuerzos de los pobres y los pobres dedican sus fondos a favorecer a los ricos. Muy coherente.
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