«Jackie». Pablo Larraín, 2016

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OTRA MIRADA A LA HISTORIA

Muy pocos días después del asesinato del presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy en la ciudad tejana de Dallas, su viuda, Jacqueline Bouvier, recibe en la mansión familiar de Hyannis Port a un periodista que acepta que ella revise el artículo resultante para garantizarse la más absoluta fidelidad a sus palabras. Ese será uno de los hilos conductores de este relato que describe las primeras actitudes y vivencias de la ya exprimera dama ante tan inesperada tragedia.

El otro hilo será la reconstrucción de un reportaje protagonizado por ella algún tiempo atrás para una conocida cadena de televisión, donde mostraba con orgullo, en blanco y negro y con el formato tradicional de la época, los cambios que había introducido en el mobiliario y la decoración de la Casa Blanca y que suscitaron comentarios muy dispares.

Caminando a saltos, pero con una estructura lógica en el fondo, entre esos dos ejes, Jackie funciona como una cuidadosa aunque ficcionalizada revisión de lo que pudo sentir y manifestar la protagonista en aquellos días, con sus dos hijos pequeños, el apoyo no siempre incondicional de su cuñado Robert y no pocas intrigas palaciegas urdidas a su alrededor por quienes se resistían a abandonar el estatus privilegiado del que habían disfrutado hasta entonces y quienes aspiraban a integrarse en la nueva corte palaciega que empezaba a construirse en torno al obligado sustituto del fallecido, el vicepresidente Lyndon B. Johnson.

Lejos del tono hagiográfico frecuente entre las biografías cinematográficas de personajes ilustres, la película nos permite seguir muy de cerca la trayectoria de una mujer devastada por la muerte de su amado esposo, contradictoria en algunos de sus planteamientos, cuando trata por ejemplo de honrar el cadáver y sobre todo la figura de este, pero al mismo tiempo parece poseída por una especie de egolatría cercana a la soberbia, en pensamientos y decisiones que parecen destinadas ante todo a cuidar y dar brillo a su propia imagen. Entre un extremo y otro, algunos encuentros significativos, como el primero con un sacerdote católico, interpretado con excelente contención por el polifacético actor británico John Hurt, al que plantea, a gritos y visiblemente enfurecida, las preguntas habituales en estos casos desesperados de desaparición repentina de un ser querido: por qué lo ha querido así dios, o al menos por qué lo ha permitido, que llevan a plantear las dudas más frecuentes en todo creyente enfrentado de pronto con un drama personal de tanta magnitud.

Más allá de eso, el filme abre otros muchos interrogantes sobre el sentido último de los comportamientos de su protagonista, espléndida Natalie Portman, capaz de resistir con maestría los numerosos y largos primeros planos de su rostro, anegado por las lágrimas o tratando a duras penas de recuperar la serenidad. Todo ello, en un contexto lleno también de sugerencias que ofrecen en conjunto una visión particular pero sin duda interesante de las costumbres y las formas de actuar propia de los más altos estamentos de la sociedad estadounidense, incluidas las relaciones entre el poder y los medios de comunicación a la hora de fabricar una determinada imagen de quienes lo detentan.

El cineasta chileno Pablo Larraín es conocido desde sus primeras creaciones, referidas a distintos momentos de la trágica historia de su país bajo la dictadura de Pinochet, y después, sobre todo, por ese estremecedor análisis de los procedimientos utilizados por la iglesia católica para ocultar las prácticas pedófilas de algunos de sus curas, que fue El club (2014), y por esa singular antibiografía del poeta Neruda (2016). Ahora se aleja de su tierra para ofrecernos una visión también personal de otra figura histórica relevante, aunque por motivos muy diferentes. Una mujer que pasó de ser un modelo de elegancia y refinamiento a convertirse en un ejemplo, no por discutido menos apasionado, de viuda doliente y obsesionada por el legado histórico que iba a quedar de su marido… y, de paso, de ella misma.

Para conseguirlo, el director cuenta con una cuidadosa ambientación y una esforzada labor de integración de imágenes de archivo y las rodadas para el filme, que refuerzan la verosimilitud, ya que no la veracidad del resultado. Una vez más, la Historia se convierte en materia prima de primer orden para el cine. Aunque Jackie incluye al final una prolongada alusión metafórica al reino de ensueño de Camelot que contribuye a idealizar innecesariamente el sentido de un conjunto que había manejado hasta entonces registros muy diferentes. Sobre todo si se tienen en cuenta, entre otras cosas, las frecuentes infidelidades de John Kennedy y otras actitudes negativas para con su esposa, a las que apenas se hace alguna alusión velada.

 

FICHA TÉCNICA

Dirección: Pablo Larraín. Guion: Noah Oppenheim. Fotografía: Stépane Fontaine, en color. Montaje: Sebastián Sepúlveda. Música: Mica Levi. Intérpretes: Natalie Portman (Jacqueline Kennedy), Peter Sarsgaard (Robert Kennedy), Greta Gerwig (Nancy Tuckerman), Billy Crudup (periodista), John Hurt (sacerdote), Richard E. Grant (Bill Walton), Caspar Phillipson (John F. Kennedy), Beth Grant (John Carroll Lynch (Lyndon B. Johnson). Producción: Fabula, Protozoa, Jackie Prod., Wild Bunch, Why Not Prod. (Chile, Francia y Estados Unidos, 2016). Duración: 100 minutos.

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