Juan Mariñas, con la piel de salitre

Juan Mariñas, coruñés, hijo de una vendedora de pescado y de un mecánico de barcos, es mensajero de profesión, porque la vida madrileña truncó sus estudios (o su matrícula) de Derecho, aunque luego hizo el Graduado Social de regreso a A Coruña. Por encima de esas circunstancias no menores, Juan es, sobre todo, un apasionado de la escritura. Escritura impulsiva, a mano, que corrige antes de pasar al ordenador, para volver a corregirse y encomendarse sin más a los lectores. Un osado, tal vez, aunque con premio, el de hacer lo que le gusta y saberse reconocido y recompensado por quienes le leen.

Hace cinco años publicó su primera novela, En un lugar de Irlanda, y en 2011, Piel de salitre, que ahora promociona con el apoyo de su bienintencionada editorial, Espacio Cultura. En estos tiempos el valor del autor se ve correspondido por el de los responsables de un proyecto cultural a contracorriente. Un respeto. O mejor, dos.

Circunstancias varias me han llevado a conocer a Juan Mariñas y, lo que aquí importa, su último relato, Piel de salitre, casi seiscientas páginas repletas de personajes y tramas entrelazadas que vienen a constituir una especie de mosaico o puzzle (también retablo, para acomodarse mejor a algunos planteamientos del autor) de gentes y paisajes que se enfrentan a la vida y a la muerte, a la necesidad y a la fatalidad, al amor y a la explotación, al sexo y a la fe, en un espacio simbólico, Sorte, paradigma o síntesis de la Galicia radicalmente marinera, la de la Costa da Morte.

En ese micromundo de la ficción de Juan Mariñas se desarrolla la novela, también reportaje y crónica entrecruzados. En ella se muestra la fragilidad de la experiencia humana ante el horizonte y las mareas: las del mar, pero también las de los caciques, la droga, la emigración, la religión o la magia. Y en ella se observa, frente a ese panorama, a la familia y, dentro de ella, a la mujer. La de Emiliano Patiño –la mujer y la familia– constituyen el eje referencial de ese espacio imaginado, pero hay otras que aportan diferentes modelos de relaciones e intereses.

Ante ese entramado, construido con una habilidad cierta, sobra cualquier intriga. No obstante, el autor dosifica determinadas expectativas que, hacia el final, tienden a desbordarse y acallan el rumor de fondo, a mi juicio mucho más interesante. La atención se consigue con fluidez y a ese respecto la habilidad de Juan Mariñas no puede discutirse, aunque, tal vez, la depuración de determinados aspectos ayudaría a encauzar las numerosas vías de agua que el mar provoca sobre el cauce de la narración, sobre Piel de salitre.

Juan Mariñas ha aprendido a escribir a través de la lectura y, sobre todo, de la pasión por la vida y el relato. Quizás no posea el oficio del narrador avezado, pero sí un entusiasmo exultante para construir historias a partir de lo que encuentra, lo que busca y lo que su imaginación recrea. Todas ellas son gallegas, porque ese lugar le define y porque a él dedica lo que más le apasiona: “con todo mi cariño a la familia y a las gentes del mar”.

Escribir no es patrimonio exclusivo de eruditos, amantes de la filigrana o alumnos de taller… Escribir es un derecho de quienes tienen voluntad de contarse a sí mismos, y a quienes ellos deseen ofrecer, su manera de mirar, conocer y sentir. Lo leía hace unos días en Lo que cuenta es la ilusión, de Ignacio Vidal Folch: “Como la función del lenguaje no es únicamente la comunicación con los demás, sino también, y sobre todo, con uno mismo–como circuito cerrado–, también tienen sentido los libros que no encontrarán ni un solo lector; y también tiene sentido escribirlos. Se diga lo que se diga, uno escribe en primer lugar para sí mismo”.

Sí, hay que empezar por lo primero: la pasión del letraherido, su tesón, la profunda convicción de las propias limitaciones. Juan Mariñas tiene mucho de todo esto. Lo demuestra en Piel de salitre. A través de su relato busca saber del mundo y de sí mismo, sometiéndose a la lógica de la narración y de la historia, buscando la honestidad con la obra y el lector, a sabiendas de que de este modo el autor se ofrece a sí mismo.

Hasta ahí, digno del máximo respeto. Luego vienen otros estadios superiores en el arte de contar, los que, en el mejor de los casos, avalan el reconocimiento social. Y en ese camino, Juan Mariñas tiene un largo recorrido. No es malo. Toyo Ito, premio Pritzjer de arquitectura 2013, dice que “cuando termino un edificio, me doy cuenta con dolor de mi propia incapacidad. Esa incapacidad se convierte en energía para abordar el siguiente proyecto. Ese es mi proceso creativo y, seguramente por eso, mi arquitectura nunca tendrá un estilo fijo ni yo quedaré satisfecho con ninguno de mis trabajos”.

Juan Mariñas tiene por delante nuevos proyectos muy avanzados. Entonces quizás deberemos pedirle, más por nosotros que por él mismo, que los pula y los estilice; que los dote de precisión, sencillez y coherencia. Ese es su propio camino.

El compromiso con él y con la cultura gallega demostrado por Espacio Cultura deberá repercutir en una mejor afinación de la propia edición, en la que (en el caso de Piel de salitre) se aprecian defectos importantes, muchos de ellos fácilmente subsanables mediante una mayor profesionalización de la estructura editorial. Le ayudará también al autor, porque así podrá encontrar apoyos para profundizar en su realismo mágico y eludir el riesgo de que la magia se empecine en ahogar a la dura realidad.

Superadas esas limitaciones, lógicas en un absoluto autodidacta sin reparos ni remilgos, la obra de Juan Mariñas deja el poso de unos personajes y unos paisajes llenos de verosimilitud y dignos de una novela auténtica. La de un autor con la piel de salitre.

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