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La mayoría son profesores y la conversación versa sobre la pandemia del coronavirus. En realidad, en estos tiempos, no hay otro asunto que tratar.
Alguien plantea el dilema “vacunas, sí; vacunas, no”. La mayoría recela; aún más, rechaza la medida, hasta que no se ofrezcan plenas garantías, hasta que no se haya producido un muestro suficiente, hasta que los efectos secundarios estén absolutamente descartados, hasta que…
Nadie dice que las vacunas incluyan sustancias que generen infertilidad, como ha hecho Vox, porque los interlocutores no tienen relación con esa otra enfermedad, también intempestiva, que es ese partido. Se trata de simple desconfianza. En los procedimientos, añaden, no en la ciencia. Pero caben dudas.
Aparte los trumpistas, los evangelistas, los simples imbéciles, existe una corriente de opinión cada vez mayor por la que los valores de la Ilustración se reinterpretan a través de influencias lejanas, de un nuevo pensamiento mágico en el que se fusionan un cierto hippismo renovado con nuevas influencias orientales, una clara sobrevaloración de lo emocional respecto de lo racional y buenas dosis de suspicacia ante la ortodoxia establecida. En esa reflexión divergente, a la que no cabe negar aspectos positivos, se impone una elevada susceptibilidad respecto de algunos saberes y procedimientos que oficialmente se dan por ciertos y seguros.
No aparecen en esta tendencia elementos religiosos que eleven la reflexión fuera de los márgenes de lo estrictamente razonable, pero sí se reconocen profundos recelos respecto de las certezas que, con el aval de la ciencia, parecen fuera de un debate estrictamente racional. La deficiente gestión de los poderes públicos en asuntos de extraordinaria importancia sirve como excusa, pero no parece suficiente argumento para explicar este clima de desconfianza en sectores con una capacidad crítica y unos niveles de formación elevados.
En otros ámbitos el desapego respecto de lo oficialmente correcto obedece a la marginalidad de determinados sectores y a la capacidad de manipulación de otros, los poderosos, que utilizan situaciones concretas para recabar en beneficio propio un respaldo popular contra lo establecido e incluso contra la pura realidad. Pero no ese el caso que aquí se plantea, aunque se repitan argumentos surgidos de los medios de comunicación que impulsan comportamientos en línea con la emocionalidad y el espectáculo que ellos mismos propugnan y que resultan absolutamente relevantes en la confrontación con la argumentación lógica.
Mientras escribo estas reflexiones encuentro algunos artículos de interés: De qué duda la gente que duda, de Javier Sampedro; ¿El final de la pandemia está a la vista?, de Kiko Llaneras; Si son seguras, habrá vacunas, de Margarita del Val, o la información de Javier Salas Una pandemia de falsos dilemas que polarizan y confunden a la población.
Concluyo: existe un virus que ataca a las vacunas. Crece en lugares donde la ciencia se mide y se valora según se nos antoje. Es opinable. Está en entredicho.
¿Hay mucha diferencia con el «¡que inventen ellos!»?
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