Hubo un tiempo en el que muchos bienpensantes, que se decían (o nos decíamos) preocupados por la sociedad, renegaban (o renegábamos) de quienes sólo se interesaban por el fútbol. Aquel lamento ya no tiene sentido. El problema está resuelto: ahora nos preocupamos por la sociedad con las categorías de los futboleros más forofos; pensamos como hooligans, con el apasionamiento de los fanáticos. Y ocurre que las peñas de los fondos (norte o sur, eso es lo mismo), los tifosi o las barras bravas observan a los intervinientes en el debate público como a extraviados. Tal vez así habremos conseguido nuestro objetivo: que se enteren, al fin, de que están locos. Como nosotros.
