La extravagancia de querer ser auténtico

Esta es la historia de un ser inadaptado, extravagante, acaso un cínico en tiempos previos a la pandemia, que decide actuar por su cuenta ante una minucia que le altera y le ofende. A partir de ahí el personaje explica la propia necesidad de buscar un camino genuino, porque las alternativas que la sociedad le ofrece o bien le empujan a la marginalidad o le reafirman en su extravagancia. De eso trata El síndrome de Diógenes (Fundación José Manuel Lara, 2020), la narración corta con la que Juan Ramón Santos consiguió el último premio Felipe Trigo.

El propio autor explica que asumió el desafío del formato, entre el relato y la novela breve, a partir de una idea que le bullía en la cabeza bajo la senda marcada por La metamorfosis de Kafka y el Lazarillo de Tormes en lo formal y por las doctrinas de Antístenes, Crates y Diógenes de Sínope, sobre las que sustentó el cinismo que practica el protagonista, en el conceptual.

Se trata, por tanto, de un proyecto ambicioso en sus 80 páginas y contrario a lo que comúnmente se identifica como síndrome de Diógenes. Aquí no se aprecia la acumulación de lo pasado sino el desprendimiento radical de todo lo superfluo que caracteriza al hombre solo y libre, el que pone de manifiesto “que hay otros caminos, otras formas de vivir” en las que sentirse tan satisfecho como repudiado. Ese es el precio de sentirse auténtico y único.

Con todo eso este Síndrome de Diógenes es, además, un relato ágil, entretenido, sugerente, incluso brillante, cargado de humor y con sorpresa final. La culminación de la trama resulta tan inesperada como formidable.

Una reflexión final. Los motivos que conducen a la deriva del protagonista pueden ser extravagantes, pero en este tiempo nos sobran los motivos para repudiar buena parte de lo que se nos ofrece y emprender la búsqueda, aunque sea a trompicones, de un camino libre, sin prejuicios ni estrategias, con el que afirmar la propia autonomía y con el que resistir contra las convenciones que nos presentan como inexorables. Sin más bagaje, sencilla y directamente.

Un texto recomendable por todo lo dicho, pero, sobre todo, porque de su lectura se disfruta.

Compruébelo.

Días después de haber escrito el comentario anterior, encuentro este otro, mucho más sutil y más lúcido. Los maestros son los maestros. Y en esta materia pocos como Gonzalo Hidalgo Bayal.

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